Page 158 - Tito - El martirio de los judíos
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Cubrieron su voz las aclamaciones de los soldados, sus gritos de «¡Titus
                imperator!».

                —Dios decide acerca de la vida y la muerte —añadió cuando se
                restableció el silencio y ya sólo se oía el crepitar de las llamas y el ruido
                de los muros al desmoronarse.

                De repente vi salir, de entre esas ruinas envueltas en humo, a un grupo
                de sacerdotes con la ropa y el rostro tiznados.


                Los soldados los empujaban hacia Tito golpeándolos con la hoja de sus
                espadas y el asta de sus lanzas. Explicaron que los habían encontrado
                en el Santuario, refugiados en lo alto de uno de los últimos muros
                todavía en pie. Las llamas los habían sacado de allí.


                Los sacerdotes reconocieron a Flavio Josefo y le suplicaron con la
                mirada.


                Tito se adelantó y se colocó entre los sacerdotes y él.


                —Ya pasó el tiempo del perdón —decretó.

                Señaló las llamas, los escombros del Santuario.


                —El Templo, vuestro Templo, ha quedado destruido. Erais sus
                sacerdotes. ¿Por qué queréis sobrevivir a su desaparición si no habéis
                sido capaces de preservarlo?


                Hizo un gesto, el brazo tendido, el pulgar hacia abajo, y los soldados se
                llevaron a rastras a los sacerdotes.

                Vi la sangre brotar de sus gargantas, sus cuerpos decapitados
                estremecerse sobre las baldosas.


                Tito miró un largo rato a Flavio Josefo, que agachó la cabeza.

                Los dioses no eran los únicos en decidir sobre la vida y la muerte.



























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