Page 159 - Tito - El martirio de los judíos
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SIN embargo, durante unas cuantas horas llegué a creer que los dioses
y Tito, los zelotes y los sicarios habían renunciado a dar muerte a las
decenas de miles de judíos que se habían refugiado en la ciudad alta, del
otro lado de la vaguada.
Un puente la cruzaba, pero nadie se atrevía a tomarlo.
Nuestros soldados acechaban desde la orilla del Templo y la ciudad
baja.
En la ciudad alta, los sicarios y los zelotes mataban a pedradas a
quienes intentaban cruzar el puente y desertar.
Y al pie del mismo, junto a los pilares, se iban amontonando los
cadáveres tirados al fondo.
Sin embargo, en el segundo día de septiembre vi a un hombre
adentrarse en el puente.
Llevaba una larga túnica de sacerdote y alzaba los brazos. Caminaba
lentamente, con paso firme, y los soldados acuclillados a mi alrededor
sobre las ruinas se incorporaron. Si los zelotes y sicarios permitían que
ese hombre se acercara, sin duda se trataba de un emisario suyo. El
hombre se detuvo en medio del puente.
Gritó que Simón Bar Gioras y Juan de Gischala querían oír, de boca de
Tito —y sólo de ella, gritó—, las propuestas que los romanos estaban
dispuestos a hacer para que se detuviera la guerra.
Di gracias a Dios cuando vi a Tito, rodeado por sus tribunos y sus
centuriones, dirigirse a la entrada del puente.
Los soldados se aglutinaron a su alrededor. Oí sus murmullos. Parecían
fieras contenidas a la fuerza, rugientes de tanto tener que esperar para
abalanzarse sobre su presa.
Tembló todo mi cuerpo. Seguían sedientos de sangre.
Pero Tito levantó la mano y los obligó a callar. Señaló la ciudad alta y la
muchedumbre que se iba reuniendo en el puente, a cuya cabeza
caminaban Juan de Gischala y Simón Bar Gioras, sus zelotes y sus
sicarios.
—Están como los atunes en la almadraba —dijo—. Nuestros terraplenes
y nuestro muro los tienen cercados. No se librarán de la muerte si así lo
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