Page 34 - Tito - El martirio de los judíos
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En los laterales se erguían las estatuas de los dioses, un busto del
                emperador Nerón y, en torno al altar, las insignias y águilas de la legión
                XV. Unas cuantas alfombras cubrían el arenoso suelo.

                Parecía más el interior de un templo que la tienda de un legado, rodeada
                por miles de soldados a su vez repartidos en cientos de tiendas que
                conformaban una especie de ciudad, con sus calles, su foro y su recinto
                fortificado.


                Todos los ruidos del campamento —las voces de mando, las llamadas de
                los centinelas, los toques de trompeta— nos llegaban mitigados, y
                nuestras propias voces o los sonidos de las cítaras —pues Tito solía
                pedir a esclavos que tocaran y bailaran— quedaban amortiguados por
                la lana de las alfombras y el grosor del tejido de la tienda.

                No obstante, Tiberio se expresaba a voces. Aseguraba que se había
                percatado de que yo era uno de esos romanos a quienes los judíos
                atraían y fascinaban. Me acusó de complacencia para con ellos.


                —¡Son ratas! Y hasta puede que desciendan, como cuentan, de una raza
                de leprosos.


                Tito soltó una carcajada:


                —yero si tú eres uno de ellos, querido Tiberio! Tras un momento de
                vacilación y de turbación, el prefecto prosiguió con voz aún más
                chillona:


                —He dispuesto un cordón de legionarios alrededor de la sinagoga para
                ponerla a salvo de los saqueadores que saben que contiene setenta y un
                asientos de oro puro y decenas de cofres repletos de monedas de oro y
                de plata. Porque los judíos no la habrían defendido, como tampoco
                defendieron sus casas o a sus parientes. Huyeron. ¡Y ahora se ponen a
                rezar ante los escombros y la sangre de sus muertos!


                Pensé en Leda.


                —Van a luchar, y con dureza —dije—. Ya han obtenido victorias contra el
                procurador Floro y el gobernador Galo. Creo que sólo dejarán de
                combatir cuando estén todos muertos. Y como no podremos matar a
                todos los judíos, su religión renacerá y su pueblo se reconstituirá.


                Tito se levantó, invitándonos así a abandonar la tienda en la que se
                estaban deslizando los dos efebos de labios pintados de negro y ojos
                perfilados de azul.


                —Somos romanos —prosiguió—, hemos nacido con las armas en la
                mano. El destino de los demás pueblos es obedecernos. Si los judíos se
                someten, ¿por qué no aceptarlos? Hay espacio para todos los pueblos






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