Page 29 - Tito - El martirio de los judíos
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había un gran estanque cuadrado rematado en cada una de sus
                esquinas por una cabeza de fiera de la que brotaba un chorro de agua.

                Hacía fresco.


                Unas sirvientas colocaron ante mí bandejas con fruta y bebidas.


                Me invitó con un gesto a servirme.

                —Los romanos gustan de comer y beber a todas horas del día y de la
                noche —observó.


                Y añadió, apartando las manos:

                —Yo no soy romano.


                Me irritó su actitud un tanto altanera, cuando no despectiva.


                —Los romanos saben hacer la guerra —repliqué—. Repítaselo a quienes
                creen poder vencerlos: ningún pueblo ha podido con Roma. Los judíos
                correrán la misma suerte que los galos, los germanos, los bretones o los
                partos.

                Ben Zacarías agachó la cabeza y murmuró: —Eso lo sé. Lo he dicho. El
                rey Agripa lo ha dicho y puedo repetirlo.


                Se levantó, me dejó solo durante un rato y regresó con un pergamino
                que se puso a desenrollar.

                Empezó a leer el discurso que Agripa había pronunciado en Jerusalén
                ante los sacerdotes y los habitantes de la ciudad.

                —Yo redacté este discurso para Agripa. No alteró una sola palabra. Hoy
                sólo puedo, a mi vez, repetirlo tal como lo compuse.


                Empezó a leer de pie, y recuerdo a la perfección ese texto que pronunció
                con voz sorda, como si la emoción le oprimiera la garganta.

                —«Hermanos, ¿dónde están vuestros ejércitos, dónde vuestras fuerzas?
                ¿Dónde las flotas capaces de abriros paso por todos los mares
                sometidos a los romanos? ¿Dónde los tesoros necesarios para los gastos
                de tan aventurada empresa?… Me objetaréis que la servidumbre es algo
                muy duro, pero ¿acaso no os parece que debe de ser todavía más dura
                para los griegos, que, a pesar de creerse el más noble de los pueblos y
                de haber llevado tan lejos sus conquistas, obedecen sin rechistar a los
                magistrados que Roma les adjudica…?»


                Ben Zacarías se interrumpió y me preguntó: —Nerón sigue en Grecia,
                ¿no es así? Me han asegurado que ha concedido la libertad a los
                griegos… Suspiró.





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