Page 32 - Tito - El martirio de los judíos
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Tuve la impresión de que los ojos se le habían hundido aún más en su
rostro marcado por oscuras ojeras.
—Protégela, si Dios la pone algún día en tu camino —me dijo.
Me encogí de hombros.
Soltó mi muñeca y susurró.
—Has venido a mi casa y has hablado conmigo. Has visto a Leda y la
has oído.
Nuestro Dios, romano, no deja nada al azar. ¡Acuérdate de ella, Sereno!
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