Page 37 - Tito - El martirio de los judíos
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por miles de soldados, de jinetes, de honderos, de arqueros procedentes
                de todos los pequeños reinos vecinos, aliados de Roma.

                Miré fijamente a aquellos hombres que nos rodeaban justo cuando
                desmontamos delante del palacio. Parecían fieras excitadas por el olor a
                carne fresca, y ansiosas por lanzarse al ruedo.


                Intentaron apoderarse de nuestros prisioneros para crucificarlos y
                descuartizarlos, y tuvimos que repeler a esas bestias salvajes.


                Flavio Vespasiano nos esperaba en lo alto de la escalinata que
                comenzamos a subir.

                Entre la multitud de tribunos, legados y centuriones que saludaban a
                Tito justo cuando estaba abrazando a su padre, observé a una mujer
                altiva, de pelo corto y con los hombros y el cuerpo cubiertos por un
                gran velo negro.

                Dio unos cuantos pasos y todos se apartaron para dejarla pasar. Parecía
                caminar sin rozar el suelo.

                Inclinó la cabeza hacia Tito y luego retrocedió, hasta reunirse con un
                grupo de mujeres en medio de las cuales reconocí a Cenis, la liberta,
                esposa de Vespasiano.


                Más tarde me enteré de que aquella mujer cuya silueta no conseguía
                olvidar era Berenice, la «reina judía», tal como la llamaban, la hermana
                del rey Agripa, también presente en Ptolemais.




                Ambos eran aliados de Roma y los vi y oí aquella misma noche, en la
                gran sala del palacio, saludar a Vespasiano, expresar su deseo de que
                venciera, y a Agripa anunciar que nuevas tropas —honderos, arqueros,
                jinetes— que había reunido en su reino, en el norte de Galilea, alrededor
                del lago de Tiberiades, estaban de camino hacia Ptolemais para ponerse
                a las órdenes de Flavio Vespasiano. Al servicio de Roma.


                Volví a pensar en Leda, la hija de Yohana ben Zacarías.

                ¿Quién defendía mejor al pueblo de Judea?


                ¿Quién preservaba el porvenir de los judíos y de su religión: quienes
                habían declarado la guerra a la poderosa e invencible Roma o quienes,
                como Berenice y Agripa, y también Yohana ben Zacarías, habían optado
                por servirla y así sobrevivir?


                ¿Pero quién, una vez iniciada una guerra, podía estar seguro de salvar
                la vida?







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