Page 33 - Tito - El martirio de los judíos
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Capítulo 4
NO olvidé a Leda, hija de Ben Zacarías.
Hasta me pareció reconocerla en medio de un grupo de mujeres judías
con las que me crucé no lejos de la sinagoga.
Se detuvieron cuando me acerqué a ellas, precedido por el centurión
Paro. Parecían pretender cortarme el paso y Paro desenvainó su espada
larga. Se apartaron, gritando con fuerza unas palabras que no entendí,
esgrimiendo el puño en nuestra dirección y, una vez alejadas de
nosotros, tirándonos piedras las más jóvenes, entre las cuales creí ver a
Leda.
Contuve a Paro, que quería perseguirlas, atraparlas, venderlas como
esclavas, pero antes, dijo, pasándose el revés de la mano por los labios,
gozar con sus cuerpos.
—Las judías están rellenitas, tienen la piel suave como las gallinas
cebadas.
Hice lo que pude para no oírlo, dando la vuelta alrededor de la
sinagoga, descubriendo la inmensidad de ese santuario que era, al decir
de Tiberio Alejandro, el mayor del mundo después del Templo de
Jerusalén, y tenía cabida para casi cien mil fieles.
No parecía haber sido atacado ni dañado por los disturbios antijudíos
que habían asolado todo el barrio.
Aquí habían sido asesinados miles de judíos, y sus casas, saqueadas e
incendiadas. Aún no estaban reconstruidas, y sus calcinados muros, sus
techumbres derrumbadas, parecían llagas negras y abiertas en las
calles.
En algunas fachadas, llegué a ver regueros pardos de la sangre reseca
de las víctimas. Los legionarios debieron de clavar a los judíos con sus
espadas o lanzas, y las turbas lapidarlos o matarlos a bastonazos.
Cuando, ya de noche, en la tienda de Tito levantada en medio del
campamento de la legión XV, describí al legado lo que había visto, a
aquellos judíos rezando ante los escombros de lo que fueron sus casas,
ante esos muros manchados de sangre, Tiberio Alejandro me
interrumpió.
Estábamos tumbados. Sobre las mesitas colocadas cerca de nuestras
literas, unas bandejas de plata rebosaban fruta, pescado y carne asada.
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