Page 30 - Tito - El martirio de los judíos
P. 30

—Pero los griegos han dado a los romanos sus dioses, su lengua, su
                pensamiento, sus estatuas y sus tragedias. Nosotros…

                Se encogió de hombros, retomó el manuscrito y siguió leyendo. Evocó el
                destino de galos y cartagineses, precursor de derrotas y sufrimientos.


                —«Si no podéis resistiros al ardor guerrero que os extravía, desgarrad
                con vuestras propias manos a vuestras mujeres y a vuestros hijos y
                reducid a cenizas todo este bello país… ¡Pero no creáis que podréis
                recurrir a Dios! ¿Cómo se os ocurre pensar que os será favorable,
                siendo Él el único que ha podido conceder al Imperio Romano tanto
                gozo y poder?…»


                Ben Zacarías se volvió a sentar.


                —Todo esto escribí. El rey Agripa se lo dijo a ellos. Llegó a añadir: «Si
                aceptáis mi consejo, todos disfrutaremos de la paz, pero si seguís
                cediendo al furor que os embarga, no tengo la intención de exponerme
                con vosotros a unos peligros tan fácilmente eludibles».


                Ben Zacarías levantó los brazos, echando hacia atrás la cabeza y el
                torso como si hubiese querido implorar o incluso ofrecerse en sacrificio.
                Me emocionó el dolor que surcó el rostro, repentinamente enflaquecido,
                desesperado.

                Estuvo un largo rato rezando, con los ojos cerrados, moviendo apenas
                los labios. Cuando bajó los brazos, me miró con extrañeza, como si me
                viera por vez primera.


                Me incliné hacia él y le pregunté sobre la acogida que tuvo su discurso.

                —La mayoría de los sacerdotes —contestó— y la muchedumbre
                abuchearon a Agripa y a su hermana Berenice, y los sicarios y zelotes
                más exaltados empezaron a lapidarlos, de modo que ambos soberanos
                tuvieron que huir.


                Se llevó los dedos cruzados a los labios.


                —Agripa y Berenice han reunido a sus tropas y se han instalado en
                Ptolemais, donde el general Flavio Vespasiano acaba de llegar con sus
                dos legiones. Como siempre, Roma va a encontrar aliados entre los
                pueblos contra quienes lucha.

                —Uno de los cuales eres tú, Yohana ben Zacarías —le solté.


                Volvió a cerrar los ojos para murmurar:


                —Sí, uno de los cuales soy yo, para que mi pueblo sobreviva, recobre
                cuanto antes la paz, y para preservar nuestro porvenir.





                                                                                                     30/221
   25   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35