Page 125 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
P. 125
LA ÚLTIMA MUTACIÓN DEL HELENISMO ESPIRITUAL 125
El estoicism o antiguo
El estoicismo, así llamado por el nombre del Pórtico (en griego, stoa)
de Poecile, en Atenas, donde se reunían los discípulos de Zenón, na
ció de la misma necesidad de paz y de certeza, de paz por la certeza, en
uno de los períodos más turbulentos de la historia griega.
Su fundador fue un semita de Cilio de Chipre, Zenón, un comerciante
convertido a la filosofía. Tuvo un éxito tan grande en Atenas que Antigono
trató en vano de llevarlo a la corte de Macedonia y, al morir, el dem os le
honró con una corona de oro. La escuela que había fundado y dirigido del
322 al 264, pasó a ser encabezada por Oleantes de Aso18 (del 264 al 232) y
Crisipo de Solos’9 (del 232 al 204), que sistematizaron su pensamiento. Los
tres formaban lo que se ha convenido en llamar el antiguo estoicismo.
La doctrina estoica reposa en una amplia visión del universo y ofrece
un cuerpo de doctrina para el alma sedienta de verdad: lógica, física y éti
ca. El admirable orden del universo demuestra estar dirigido por una in
teligencia; esa inteligencia, que es Dios, no es externa al mundo, simo que
le es inmanente: es una razón esparcida por la materia. Es íuego, el fuego
inteligente y creador* que penetra la materia y le proporciona todas las
cualidades sensibles, y que existe en estado puro en la esfera que limita el
cosm os. Al cabo de un dilatado período de diez mil años, dicho fuego
consume por completo el mundo y lo renueva a través de una conflagra
ción general {ecpyrosis).
El mundo está animado por una jerarquía de seres divinos, desde
Zeus,: identificado con el fuego, hasta los demonios y los genios, pasan
do por los dioses astrales que Grecia recibió de Oriente a través del Pla
tón del Epinomis,20
En un mundo totalmente determinado por las leyes físicas, el hombre
no tiene más que una norma a seguir: vivir conforme a la naturaleza, ple
garse al orden universal, desear aquello que desea la divinidad e identifi
carse así con ella. Esa aceptación, lejos de ser triste, debe ser alegre: una
complacencia con el mundo; es posible porque una parte inteligente del
alma, el Nous, es fuego en sí misma; y permite, a quien efectúa ese acuer
do, conservar su individualidad hasta la conflagración general, mientras
que el alma de los malvados se disipa al morir.
18. Ciudad de la Troade. Sobre el Himno a Zeus ele Citantes, véase !a pág. 153,
19. Ciudad de Gilicia.
20. La última obra de Platón, a menos que quepa atribuirla a un discípulo cercano.