Page 120 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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120 EL MUNDO HELENÍSTICO
Ei rasgo común era la disciplina que se imponía a ios filósofos, que
no estaban aislados, sino que se agrupaban en escuelas altamente orga
nizadas» con sus tradiciones, sus locales, su jefe (o escolarca) y, natural
mente, sus heréticos. Paradójicamente, incluso los cínicos se doblegaron
a esa regla. En sus seminarios, el maestro seguía formando a los discípu
los no tanto mediante lecciones teóricas como a través de ja entrevista
diaria y la vida en común. El filósofo se convirtió en un tipo humano
bien definido, un especialista cada vez mas aislado del vulgo.
Aunque cada ciudad importante ayudaba a sus filósofos, que junto a
los retóricos impartían lo que podríamos llamar la enseñanza superior, el
mayor centro del pensamiento siguió siendo Atenas, cuyas escuelas eran
más renombradas que el resto y donde se elaboraban las nuevas doctrinas.
Las escuelas tradicionales
La mayor parte de las escuelas del siglo IV subsistieron.10 Los cínicos
eran los más pintorescos, con su materialismo integral, su rechazo de to
do respeto humano y la deliberada frecuentación de los elementos más
dudosos de la sociedad, como estibadores o prostitutas.
La Academia experimentó, de entrada, un gran desarrollo con Teo-
f ras to, discípulo directo del maestro, que ignoró la metafísica en aras de
una observación cada vez más precisa de los hechos, especialmente en
botánica y meteorología. De su cercenada obra subsisten sobre todo los
Caracteres, que parecen los fragmentos de una Poética, modelos pro
puestos a imitación de los poetas.
La escuela de Aristóteles recibió un nuevo impulso con Arcesilao de
Pitane (escolarca del 268 al 241), brillante orador que se consagró exclu
sivamente a la enseñanza oral y que fundó la Nueva Academia, Enseñaba
probabilismo, una doctrina que rechazaba el dogmatismo ele los estoicos
y sólo buscaba descubrir lo más verosímil, lo más probable. En e! siglo íí,
fue erigido en sistema por Carnéades, conocido, sobre todo, por la em
bajada que envió a Roma por cuenta de los atenienses (155) con otros dos
filósofos, el estoico Diogenes y el peripatético Critolao, y por el éxito y el
escándalo que provocaron sus conferencias. Aunque no dejó nada escri-
10. Sobre el pitagorismo, véanse las págs. 200-201.