Page 153 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
P. 153

LA  ÚLTIMA  MUTACIÓN  DEL  HELENISMO  ESPIRITUAL  153

      losóiicas, sino también, según parece, entre el pueblo:  ¿cómo  no iba a
      dudar de Atenea, el ateniense, después de ver a Poliorcetes proclamarse
      hermano de la diosa e instalar su harén en el Partenón? Evémero (fina­
      les del siglo íV) enseña que los dioses no son más que grandes hombres
      de la historia,  divinizados por los servicios prestados a la humanidad,
      teoría que halló muchos oídos íavorables en la propia Grecia e incluso
      —-y sobre todo— en la Roma republicana.
         El nuevo culto a Tykhé, la Casualidad o Fortuna, es una forma en­
      mascarada de escepticismo, pues la diosa no era más que la negación de
      la providencia divina y la personificación del desorden y de lo fortuito,
      únicos capaces, al parecer, de gobernar, a partir de entonces, las cuestio­
      nes humanas en medio dé las vicisitudes de acontecimientos caóticos.
    ' ΐ -Un personaje de una comedia de Menandro reprochaba la credulidad
      de su interlocutor: «¿Tú qué crées, que los dioses se ocupan de castigar,
      uno a uno a los millones de hombres o de salvarlos? ¡Menudo trabajo!».
      Ya hemos mencionado (véase ía pág.  1 í 8) i a importancia, en Polibio, de
      la noción de Casualidad en la historia, difícil de conciliar, por otra parte,
      con sus pretensiones de explicación racionalista. Más curioso es consta­
      tar la aparición de una auténtica divinidad, adorada como tal, y capaz de
      alcanzar una gran difusión (la Fortuna Primigenia del santuario itálico de
      Preneste47 no lo hubiera sido sin el gran influjo helenístico). Incluso las
      metrópolis tenían su propia Tykhé, y se ha conservado la representación
      de la Tykhé de Anttoquía tai y como salió del cincel de Eutíquicles, discí­
     pulo de Lisipo: con el cuerpo ágil y majestuoso, el pie sobre el Orontes
      domesticado y una corona mural ceñida a la cabeza, el rostro de la diosa
      refleja  una serena e incluso benévola, aunque impenetrable, gravedad.
         Pero, en términos generales, el fervor era mucho más fuerte que el
    :  escepticismo, y estalló en ciertas filosofías como el estoicismo, según de-
    ; muestra el admirable Himno a Zeus de Oleantes de Aso,43 que  habría
      que poder citar entero y del cual, al menos, mencionaremos la última in­
     vocación: «Zeus, dispensador de todos los bienes, dios de las nubes os­
     curas, del rayo tronante, salva a los hombres de su funesta ignorancia,
     disípala, oh Padre, de sus almas, permítele hallar la sabiduría a la que tú
     obedeces y que te hace gobernarlo todo con justicia».
         Ese fervor era aún mayor entre el pueblo, abrumado por la crisis so­
     cial, contrariado por las vicisitudes de una tormentosa historia, arranca­


         47.  Véase ia pág.  199.
         48.  Véase k  pág.  125.
   148   149   150   151   152   153   154   155   156   157   158