Page 154 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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154                   EL  MUNDO  HELENÍSTICO

      do de sus creencias tradicionales, y para el que alcanzar la cima de la sa­
      biduría no era un consuelo, El ansia de salvación se convirtió en un su­
      plicio y k  masa sólo halló sosiego en los cultos emocionales, incluso ex­
      táticos, que procuraban si creyente un contacto directo y personal con
     ei dios por él elegido.


      Unos dioses muy cercanos: los reyes

         A simple vista, eí cultp a los soberanos, heredado de; Alejandro, no
     era la respuesta a las nuevas aspiracionest y podía parecer uria hábil ma­
     niobra de unos reyes con el interés manifiesto de procianiarse dioses. Sin
     embargo, ante el fracaso de la ciudad, las esperanzas se despicaron, na­
     tural y espontáneamente^ hacia aquellos señores todopoderosos, cuyo fa­
     vor era infinitamente valioso. El himno en honor de Demetriq Poliorce­
     tes (290), que cantaban los atenienses a instancias de Estratocles, expresa
     exactamente unos sentimientos que debían de ser los de muchos: «Los
     otros dioses están lejos o no tienen oídos, o no existen, a no prestan nin­
     guna atención a nuestras necesidades; a ti, Demetrio, te vemos aquí mis­
     mo, no de madera o de piedra, sino realmente presente». Esas actitudes
     fueron seguidamente explotadas por los monarcas, enormemente satisfe­
     chos de tener en el culto real una garantía de poder y estabilidad y, a me­
     nudo, un medio para imponer, asimismo, una unidad espiritual al mosai­
     co de pueblos que constituían su reino.
        Ya hemos hablado de los heterogéneos orígenes de dicho culto, cons­
     tituido por elementos helénicos y orientales (véase k  pág-18). Las ciuda­
     des griegas no fueron las menos solícitas a la hora de adorar: desde 30,5»
     Tolomeo I ya recibía honores divinos en Rodas. Pero las tradiciones teo­
     cráticas de Oriente acentuaron k  evolución y permitieron k  regulariza-
     ción y universalización de cultos imcailmente aislados y anárquicos. En
     cuanto a los detalles, cabrk matizar, ya que el culto de Estado era distin­
     to del culto municipal
        Egipto es un buen ejemplo de la Implantación del culto real. Cierta­
     mente, allí existía una tradición milenaria que hacía del faraón un dios,
     pero trataba de imponer dicha creencia a los griegos, el elemento mis di­
     námico del reino. Tolomeo II mantúvola apuesta. En Alejandría, Alejan­
     dro era honrado a la vez como dios y como héroe fundador dé la ciudad,
     Filadelfo añadió a su cuito el de su padre Soter (Salvador) e incluso el de
     sus parientes bajo el nombre de Salvadores. Y aún dio un nuevo paso al
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