Page 160 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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160                  EL  MUNDO  HELENÍSTICO


     destas: pequeñas comunidades egipcias llevaron, a finales del siglo IV y
     principios del ill, el culto de su diosa, Isis, al Píreo, a Delos, a Eretria; al prin­
     cipio, dicho culto estuvo probablemente limitado a círculos restringidos
     y capillas harto mediocres.
        Por otra parte, el notable auge de los siglos II-í —y de la época impe­
     rial—- es asombroso. El cuito a Isis se extendió con gran rapidez en los
     medios griegos y adquirió carácter oficial: Atenas, Eubea, Beoda, Délos y
     Thera (Santorin), Tesalia y Macedonia, así como cierto número de ciuda­
     des de Asia Menor — Esmirna, Éfeso, Magnesia del Meandro » Priene—,
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     poseían, en el siglo II o tal vez incluso antes, un culto oficial a los dioses
     egipcios. Porque Isis ya no era la única; a pesar de que en muchos lugares
     ejerciera un cierto predominio: Serapis, ciel que a menudo tomaban el
     nombre santuarios y fiestas del culto egipcio en Grecia, y el dios con ca­
     beza de chacal, Anubis, cuyas funciones se asimilaban a Hermes, forma­
     ban,  con  Isis,  una tríada análoga a las familias divinas de los templos
     egipcios. Harpocrates, el dios-niño, también aparece en las dedicatorias
     griegas,  tal vez bajo su aspecto adulto de Horus, lo mismo que Osiris,
     cuya identidad esencial con Serapis era probablemente poco apreciada,
     Los vestigios más importantes y sorprendentes del culto a dichas divini­
     dades son, sin duda alguna, los de Délos: sobre la «terraza de ios dioses
     extranjeros», en mitad de la ladera del Cinto, se levanta el gran conjun­
     to de ios santuarios egipcios (Serapeum G, Isieio, Anubieio), que, en el
     siglo III se unieron, sin llegarlas a destronar, a las dos pequeñas capillas
     primitivas, el Serapeum A y el Serapeum B; las múltiples dedicatorias y
     los inventarios realizados a mediados del siglo lí reflejan la piedad de los
     fieles de Délos o de fieles extranjeros, llegados de casi todos los países me ­
     diterráneos, desde el sur de Italia hasta Siria (véanse las págs. 162463),
     Los dioses egipcios, como en todos los santuarios del mundo griego que.
     a ellos se consagraban, aparecían bajo el aspecto de dioses benéficos, ca­
     ritativos, salvadores; se les invoca porque han «salvado de grandes peli­
     gros» —especialmente de los del mar-—, o porque se espera de ellos una
     curación o un oráculo —aquellos oráculos que el intérprete de sueños, ca­
     si siempre vinculado a los santuarios egipcios, tenia por misión explicar.
        ¿Poseyeron, desde entonces, los dioses egipcios el poder que las Me-
     ¿amorfosis de Apuleyo evocan con tanta brillantez, en la época imperial,
     y que consistía en aportar a los hombres, gracias a la iniciación, la libe­
     ración de las ataduras de ia Heimarmené (suerte fijada por el Destino) y
     en  asegurarles una bienaventurada inmortalidad? Es lícito creerlo así,
     tanto más cuanto que, en el Egipto tolemaico, Isis y Serapís-Osiris te­
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