Page 166 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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     go con el mundo que lo rodea y justifican, por consiguiente, las prácti­
     cas mágicas. Por dicha razón, el Trímegisto se convirtió en maestro de
     las ciencias ocultas; ei mago*· iniciado- por su gnosis, detenta una parte
     de su poder y puede amenazar a los dioses y obtener, si cabe mediante la
     violencia, un mayor conocimiento y, en consecuencia, un poder mayor.
     Su Poder, que deriva de su Saber, es   origen de un Saber más amplio;
     esta reciprocidad activa entre Poder y Saber es una de kseseiicks origi­
     nales del pensamiento mágico,  ’
        La  aportación egipcia ai hermetismo fue, por tanto, considerable,
     pero no es menos cierto que el pensamiento egipcio fue replanteado en
     términos  griegos.  De esa manera,  en la teoría trinitaria del dios solar
     Atum, creador de dos dioses que, con él, forman uno solo çon él, el To­
     do, existe una transcripción, en lenguaje filosófico, de antiguas creencias
     autóctonas.   .  .



        El considerable desarrollo dé lamagia, que se asentóla la sazón, en el
     mundo griego como una disciplm^ autónoma, tal y conioiiabía ocurrido
     en Oriente hacía miles de $ñosy deriva de la ;eoríjuncÍón de 11 adiciones
     griegas y orientales. En Grecia, pese a la condena de Platón, que en las le­
     yes de su ciudad ideal veía a kmuerte como «esa, profeta o adivina, que
     parece capaz de hacer daño a los :otros mediante los vínculos o los hechi­
     zos mágicos» (Leyes, 909 b), los magos tenían derecho de ciudadanía des­
     de hacía mucho tiempo. Circe y Medea ocupaban un lugar modesto, pe­
     ro Hécate, por ei contrario, se convirtió, desde el siglo v, en ía reina de la
     magia popular, la inquietante divinidad de las apariciones fantasmales.
     Con ia cabellera revuelta, erizada de víboras, vagaba en las noches sin Lu­
     na por los cementerios, a la luz de las antorchas y acompañada de sus pe«
     rros. Era «la soberana dei fuego», «k  subterránea», «k  negra», invocada
     en ias tablillas de encantamiento que se depositaban en ks tumbas. Con
     ella se apelaba a Hermes ctómco, que conducía las almas a los Infiernos,
     pero que, asimismo, peligroso psicagogo, podía conducirlas hacia los vi­
     vos, y cuya función, desde que fue asimilado a Tot, dios dei protocolo in­
     fernal y maestro de la gnosis mágica, fue considerable. El mago podía
     obligar a descender a la tierra ala divinidad, evocarla mediante símbolos,
     hacerla aparecer en un sueño o a través de mi instrumento (la llama de
     una antorcha, el agua de un barreño); más aún, provocar uii éxtasis que
     permitía el acercamiento del dios. Así pues, en aquel período de inquie­
     tud, la magia ofrecía a los adeptos el consuelo de sus eficaces prácticas.
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