Page 169 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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LA  ÚLTIMA  MUTACIÓN  DEL  HELENISMO  ESPIRITUAL  169

      cieron muy pronto. Fueron sustituidos por los tiasos, agrupaciones que
      aseguraban el culto de un dios salvador y cuya creación se remonta a fi­
      nales del siglo V.  Los eranos eran sociedades por cotización que apare­
      cieron en el siglo III,  con una organización más compleja y menos reli­
      giosa  que  los  tiasos.  Gracias  a  las  numerosas  inscripciones,  es  bien
      conocido el funcionamiento de muchas de aquellas asociaciones,  que
      desempeñaban un papel cada vez más importante en la vida cotidiana.
      Así, los tiasos de tekhnites (artistas) dionisíacos eran compañías de acto­
      res a las  que los soberanos solían encargar representaciones,  fiestas y
      procesiones: las más célebres eran la «de los artistas del Istmo y de Ne­
      mea», en Corinto, y la «de los artistas bajo la invocación de Dionisos en
     Jonia y el Helesponto», que ejercían su actividad en toda Anatolia y a
     quienes patrocinaron los atálidas.
         Poco importan, sin embargo, las distinciones. En todas partes el es­
     píritu era el mismo: los participantes eran hermanos que se reunían para
     orar, cumplir las liturgias o celebrar banquetes, y ni siquiera la muerte los
     separaba ya que, a menudo, la asociación  tenía su propio cementerio.
     Estaban unidos porque habían elegido a un mismo dios. La unión de los
     corazones era fortalecida por la participación en las mismas ceremonias,
     en la misma iniciación —a menudo, un bautismo de agua o de sangre—, en
     los mismos ayunos, en los mismos rituales —que, como la catabasis (des­
     censo a la tierra), simbolizaban la esperanza en  otra vida después del
     traspaso--—y, sobre todo, en el mismo mensaje de salvación. Como ex­

     plica R. P. Festugiére, con sólo cambiar el nombre del dios en la célebre
     frase de la Epístola a ios Calatas (3,28) se obtiene la definición de todas
     aquellas comunidades: «No hay ya judío o griego, no hay siervo o líbre,
     no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús».
         Para los humildes, 1a inquietud fundamental de la época, que, en el
     caso de los acomodados, disipaba ia razón filosófica, encontraba reme­
     dio en las esperanzas que ofrecían las doctrinas de salvación. Fue esa re­
     ligión, tan ferviente y entusiasta, la que adoptaría Roma, una religión cu­
     yo componente oriental no cabe minimizar en beneficio del elemento
     helénico.
        Fue también en aquel mundo donde nació otra religión oriental, una
     religión también de misterios y de salvación, que iría imponiéndose len­
     tamente: el cristianismo. Aunque sus raíces judaicas sean evidentes, fue
     en la religión helenística donde halló su terreno abonado en el plano psi­
     cológico: la trinidad, la posibilidad de un nexo de unión entre naturale­
     za divina y naturaleza humana, la madre del Salvador, o el culto de los
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