Page 48 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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      Teos, oscuras intrigas de palacio, en las que la reina Laodicea desempe­
      ñó un lamentable papel, provocaron la división del remo entre dos her­
      manos, Seleuco II Calíntco y Antíoco Hiérax, a cuya muerte los seiend-
      das perdieron todas las posesiones al norte de los montes Taurus.
         Sólo un príncipe detuvo momentáneamente aquella decadencia: An­
      tíoco III (223*187), que restauró el poder debilitado por tantas intrigas;
      reconquistó gran parte de Asia Menor, recorrió Oriente hasta la India,
     volvió por Arabia en una deslumbrante retirada que recordaba k  de Ale­
     jandro y arrebató definitivamente Celesiria a Egipto, En k  cima de su
     poder, recibió merecidamente el apodo de Megas («el Grande»), pero
     sus ambiciones tropezaron con k  envidia de Pérgamo y de Rodas, que
     apelaron  a Roma,  inquieta  ya  de que tuviese a Aníbal  por consejero.
     Vencido por los Escipiones en Magnesia del Sípiio (189), fue despojado,
     por ei  tratado de Apamea, de k parte de Anatolia situada más allá del
     Taurus. Aquel príncipe intrépido y ambicioso, que habría podido ser un
      nuevo Alejandro, murió a raíz de una simple escaramuza contra una re­
     vuelta  de sus súbditos de Susiana,  dando con ello a los moralistas un
     ejemplo del poder de la Fortuna sobre el destino de un mortal.
         Desde entonces i k  decadencia, debida sobre todo a los errores y tor­
      pezas de sus sucesores, ya fue irremediable. Entre los sucesores de Anuo
      co OI todavía destacó uno de sus hijos, Aiitíoco IV Epífanes (17*5-168),
     quien, a pesar de acumular locuras y excesos, engrandeció Antioquía, fa­
      voreció las artes e intentó sinceramente difundir el helenismo. Pretendió
      lanzarse a la conquista de Egipto, pero el embajador romano Galo Po­
     pilio Lenas que le disuadió: trazó a su alrededor un círculo sobre k  are­
      na y le prohibió salir de él sin haber antes respondido a su ultimátum.
     Durante un siglo, k  dinastía sobrevivió entre las más bajas intrigas, has­
      ta que tuvieron lugar los triunfos orientales de Pompeyo, que se anexio­
      nó Siria en el año 64.
         Esta última fecha fue crucial, ya que supuso el fin de la independen­
      cia para toda el Asia griega o helenizadít Al año siguiente, el último de los
     soberanos  del Ponto,  Mitrkktes  VI  Eupátor,  vencido  definitivamente
      por Roma, pretirió ofrecer su cuello a la espada de un gálata:  Cierto es
      que su dinastía no era de origen griego, ya que se remontaba a aquel Mi-
      trícktes I, príncipe de Cío en el mar Negro, que había impuesto su inde­
      pendencia a Seleuco I, pero se había helenizado profundamente, hasta el
      punto de que Eupátor bien puede ser considerado como el último de los
      grandes monarcas helenísticos. Aquel bárbaro refinado y cruel, enérgico
      y lúcido, hizo temblar Roma uniéndose a todos sus enemigos -“ Sertorio,
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