Page 102 - El camino de Wigan Pier
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llamamientos a lo boy scout. «No me llamen “señor”, amigos. Ustedes son hombres
           igual que yo. Seamos amigos y arrimemos todos el hombro. Todos somos iguales.
           ¿Qué importa que yo sepa las corbatas que hay que llevar y ustedes no, y que yo me
           tome la sopa en relativo silencio y ustedes lo hagan con un ruido de agua bajando por

           una cañería?». Etcétera, etcétera. Todo esto es charlatanería de la más funesta, pero
           muy atractiva cuando es adecuadamente expresado.
               Mas,  por  desgracia,  con  el  simple  desear  la  desaparición  de  las  distinciones
           sociales  no  se  consigue  nada.  Mejor  dicho,  es  necesario  desear  que  desaparezcan,

           pero tal deseo carece de eficacia si no se comprende lo que representa. El hecho que
           hay que afrontar es que el abolir las distinciones sociales significa abolir una parte de
           uno mismo. Todas mis ideas —sobre el bien y el mal, lo agradable y lo desagradable,
           lo gracioso y lo serio, lo feo y lo hermoso— son esencialmente ideas de clase media;

           mis gustos en materia de libros, comida y vestido, mi sentido del honor, mis modales
           en la mesa, mis giros de lenguaje, mi acento, incluso los movimientos característicos
           de  mi  cuerpo,  son  producto  de  un  tipo  especial  de  educación  y  de  una  situación
           concreta, hacia la mitad de la escala social. Si tengo presente esto, me doy cuenta de

           que no sirve de nada darle palmaditas en el hombro a un proletario y decirle que él es
           un hombre lo mismo que yo; si realmente quiero entrar en contacto con él, habré de
           hacer un esfuerzo para el que, muy probablemente, no estoy preparado. Pues, para
           superar mi pertenencia a una clase, debo eliminar no sólo mi esnobismo, sino también

           la mayoría de mis gustos y prejuicios. Debo cambiarme a mí mismo tan totalmente
           que, si lo hiciese, casi no se me reconocería como la misma persona. Lo que hay que
           conseguir no es sólo la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera, no sólo
           la eliminación de las formas de esnobismo más estúpidas, sino un total abandono de

           la actitud ante la vida de las clases alta y media. Y el hecho de que yo acceda o me
           niegue a ello dependerá seguramente de la medida en que comprenda lo que se me
           pide.

               Pero  mucha  gente  se  imagina  que  pueden  abolir  las  distinciones  de  clase  sin
           introducir  ningún  cambio  incómodo  en  sus  hábitos  e  «ideología».  De  ahí  las
           actividades en pro de la igualación de las clases que se llevan a cabo por todas partes.
           Hay  mucha  gente  que  cree  con  absoluta  buena  fe  que  están  trabajando  para  la
           eliminación de las distinciones de clase. El socialista de clase media se entusiasma

           con el proletariado y organiza «escuelas de verano» donde, en teoría, el proletario y
           el  burgués  arrepentido  caen  uno  en  brazos  del  otro  y  deciden  ser  hermanos  para
           siempre, y de las que los visitantes burgueses salen diciendo lo bonito e interesante

           que ha sido la experiencia (lo que salen diciendo los proletarios es un tanto diferente).
           Y está, además, el socialista visitador de suburbios, vestigio de la época de William
           Morris,  pero  aún  sorprendentemente  frecuente,  que  dice:  «¿Por  qué  tenemos  que
           ponernos todos al nivel de los obreros? ¿Por qué no hacer que suban ellos de nivel?».
           Y proponen elevar el nivel de vida de la clase obrera por medio de la higiene, de los

           zumos de fruta, del control de la natalidad, de la poesía, etc. Hasta el duque de York



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