Page 98 - El camino de Wigan Pier
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                ero, por desgracia, no se resuelve el problema de las clases haciéndose amigo de
           Plos  vagabundos.  Con  ello,  todo  lo  más,  se  libra  uno  de  una  parte  de  sus

           prejuicios.
               Vagabundos,  mendigos,  criminales  y  marginados  suelen  ser  individuos  muy
           excepcionales, y, en su conjunto, no más representativos de la clase obrera de lo que,
           pongamos, lo es la «intelligentsia» literaria de la burguesía. Es muy fácil intimar con

           un «intelectual» extranjero, pero no es nada fácil intimar con un respetable extranjero
           de la clase media. Por ejemplo, ¿cuántos ingleses han conocido de cerca a una familia
           burguesa  corriente?  Seguramente  muy  pocos,  a  no  ser  que  hayan  contraído
           matrimonio  con  un  miembro  de  ella.  Y  con  la  clase  obrera  inglesa  ocurre  algo

           parecido. Nada hay más fácil que hacerse amigo del alma de un carterista, si se sabe
           dónde encontrarle, pero es muy difícil hacerse amigo del alma de un albañil.
               Pero ¿por qué es tan fácil establecer una relación de igualdad con los marginados?
           Mucha gente me ha dicho: «Pero, cuando estás con los vagabundos, ellos no deben de

           aceptarte realmente como a uno más. Deben de darse cuenta de que eres diferente, de
           que  hablas  de  manera  diferente…»  y  otras  cosas  parecidas.  Lo  cierto  es  que  una
           buena proporción de los vagabundos, una cuarta parte diría yo, no se fijan en este tipo
           de cosas. Hay mucha gente que no tiene oído para los acentos y que juzgan a los

           demás únicamente por sus ropas. Esto es algo que me llamó la atención a menudo
           cuando pedía limosna de puerta en puerta. Había personas que quedaban visiblemente
           sorprendidas por mi pronunciación «culta», y otros que no la percibían en absoluto;
           lo único que veían era que yo iba sucio y roto. Además, los vagabundos proceden de

           todos  los  puntos  de  las  Islas  Británicas,  y  la  variedad  de  los  acentos  ingleses  es
           enorme. Los vagabundos están acostumbrados a oír todo tipo de acentos entre sus
           compañeros, y algunos de estos acentos son tan extraños para sus oídos que apenas
           entienden lo que se dice. Un hombre de Cardiff, Durham o Dublín no tiene por qué

           saber cuál de los acentos del sur es el «culto». En cualquier caso, los hombres de
           acento «culto», aunque raros entre los vagabundos, no son desconocidos. Pero, aun
           cuando los vagabundos sepan que uno es de diferente origen que ellos, esto no altera
           necesariamente su actitud. Desde su punto de vista, lo único que importa es que la

           persona en cuestión está, igual que ellos, viviendo de la mendicidad. Es un mundo en
           que nunca se hacen demasiadas preguntas. Uno puede contarles la historia de su vida,
           si lo desea, y la mayoría de ellos hacen otro tanto a la menor incitación, pero uno no
           se  ve  nunca  obligado  a  hacerlo,  y  cualquier  historia  que  cuente  será  aceptada  sin

           discusión. Hasta un obispo podría sentirse a gusto entre los vagabundos si se vistiese
           como requiere la situación; y aunque ellos supiesen que se trataba de un obispo, ello
           podría  no  determinar  diferencia  alguna,  si  supiesen  o  creyesen  que  se  encontraba
           verdaderamente  sin  recursos.  Una  vez  está  uno  en  ese  mundo  y  aparentemente



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