Page 103 - El camino de Wigan Pier
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(el actual Jorge VI) organiza anualmente un campamento donde, en teoría, conviven
en un plano de absoluta igualdad muchachos de las escuelas públicas y de los
suburbios. Y, ciertamente, los chicos conviven, con una convivencia muy parecida a
la que observan los animales encerrados en una de esas jaulas llamadas «Familia
Feliz», en las que un perro, un gato, dos hurones, un conejo y tres canarios mantienen
una tregua armada mientras tienen encima el ojo del presentador del espectáculo.
Estoy convencido de que todos estos deliberados y conscientes esfuerzos por la
igualación de las clases constituyen un error muy grave. A veces son simplemente
intrascendentes, pero cuando dan algún tipo de resultado, éste suele ser la
intensificación de los prejuicios de clase. Bien mirado, no se puede esperar otra cosa.
Si se fuerzan las cosas y se establece una tensa y artificial igualdad entre clase y
clase, resultan de ello unos roces que traen a la superficie todo tipo de sentimientos
que de otro modo habrían quedado enterrados, tal vez para siempre. Como dije a
propósito de Galsworthy, las opiniones de los sentimentales se convierten en sus
contrarios al primer contacto con la realidad. Habitualmente, todo pacifista lleva
dentro de sí a un chauvinista. El miembro del Partido Laborista de clase media y el
barbudo consumidor de zumos de frutas están por una sociedad sin clases mientras
ven al proletariado desde lejos; en cuanto tienen algún contacto real con un proletario
—por ejemplo, una pelea con un pescadero un sábado por la noche—, pueden
retroceder hasta el más vulgar esnobismo de clase media. Pero la mayoría de los
socialistas de clase media tienen muy pocas probabilidades de pelearse con
pescaderos borrachos; cuando tienen un verdadero contacto con la clase obrera, suele
ser con la «intelligentsia» de dicha clase.
Pero la «intelligentsia» obrera puede dividirse con bastante claridad en dos tipos.
Está el hombre que sigue perteneciendo a la clase obrera —que sigue siendo un
obrero y sigue trabajando de mecánico, de portuario o de lo que sea— y que no se
preocupa de modificar su acento o sus costumbres obreras, pero que aprovecha el
tiempo libre para «cultivarse» y trabajar para el Partido Laborista o para el
Comunista. Y está el obrero que cambia de forma de vida, por lo menos
externamente, y que por medio de becas estatales, consigue encaramarse hasta la
clase media. El primero es uno de los mejores tipos de hombre que hay en nuestra
sociedad. Algunos que yo he conocido despertarían la simpatía y la admiración del
más furibundo conservador. El otro, salvo excepciones —como D. H. Lawrence, por
ejemplo—, es menos admirable.
Es una pena que el proletariado tienda a introducirse en la clase media vía
«intelligentsia» literaria, tendencia que es el resultado lógico del sistema de becas. No
es fácil abrirse paso hasta la «intelligentsia» literaria cuando se es una persona
decente. El mundo literario inglés de nuestros días, como mínimo el sector más
intelectual, es una especie de venenosa jungla donde sólo pueden florecer las malas
hierbas. Sólo es posible ser un hombre de letras y conservar la honradez si se es un
escritor claramente popular (un autor de novelas policíacas, por ejemplo). Pero el ser
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