Page 110 - El camino de Wigan Pier
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sus partidarios.
Lo primero que debe de sorprender a cualquier observador es el hecho de que la
teoría socialista haya sido elaborada exclusivamente en el seno de las clases medias.
El socialista típico no es, como se imaginan las trémulas ancianas, un obrero de
aspecto feroz y voz ronca vestido con un mono sucio. El socialista típico es, o bien el
joven esnob comunista que, seguramente, dentro de cinco años, estará casado con una
joven rica y se habrá convertido al catolicismo, o bien, más probablemente, el
hombrecito serio de ocupación burocrática, que suele ser secretamente abstemio, a
menudo con inclinaciones vegetarianas, con un pasado no conformista [17] y, sobre
todo, con una posición social que no tiene intención alguna de abandonar. Este tipo
de hombre es sorprendentemente habitual en los partidos socialistas de todo matiz;
quizá se han pasado a ellos, en bloque, desde el viejo Partido Liberal.
Está, además, la abrumadora presencia de personas extravagantes dondequiera
que exista una agrupación de socialistas. A veces tiene uno la impresión de que las
solas palabras «socialismo» y «comunismo» atraen con fuerza magnética a todo
bebedor de zumos de fruta, nudista, maníaco sexual, cuáquero, curandero naturista,
pacifista y feminista de Inglaterra. Un día de este último verano iba yo en autobús por
Letchworth. El vehículo se detuvo y subieron a él dos hombres de edad con un
aspecto horrible. Tendrían los dos unos sesenta años y eran muy bajos, sonrosados y
gordinflones. Los dos iban sin sombrero. Uno de ellos era llamativamente calvo y el
otro llevaba largo el canoso cabello, casi hasta los hombros al estilo de Lloyd George.
Vestían camisas de color verdoso y shorts color caqui, dentro de los cuales sus
voluminosas nalgas quedaban tan apretadas que se podía ver cada hoyuelo. Su
aparición provocó una cierta oleada de horror en el autobús. El hombre que iba a mi
lado, viajante de comercio según me pareció, me miró, volvió a mirarles a ellos, me
miró otra vez a mí y murmuró: «Socialistas», como quien dijera «pieles rojas».
Posiblemente estaba en lo cierto, pues en Letchworth estaba la escuela de verano del
Partido Laborista. Pero lo interesante es que para él, un hombre corriente, un tipo
extravagante, era, por definición, un socialista, y un socialista era, por definición, un
tipo extravagante. Creía, probablemente, que todo socialista tenía algún tipo de
excentricidad. Y entre los mismos socialistas parece existir una idea de este tipo. Por
ejemplo, en un folleto de una escuela de verano que tengo ante mí, están los precios
por semana, y se me pide que especifique «si mi dieta alimenticia es corriente o
vegetariana». Dan por supuesto que es necesario preguntar esto. Este tipo de cosas,
por sí solas, bastan para alejar a cantidades de gente honrada, y el instinto que las
hace alejarse es perfectamente sensato, pues el maniático de la comida es, por
definición, una persona dispuesta a alejarse de la sociedad por la esperanza de
prolongar en cinco años la vida de su chasis, es decir, una persona desconectada de la
gente normal.
Hay que añadir a esto el feo hecho de que la mayoría de los socialistas de la clase
media, mientras en teoría suspiran por una sociedad sin clases, se aferran tenazmente
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