Page 112 - El camino de Wigan Pier
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las peores injusticias de ésta, y con los intereses de la gente centrados en las mismas
cosas que ahora: la vida familiar, el bar, el fútbol y la política local. En cuanto al lado
político del marxismo, el juego de manos de esas tres misteriosas entidades, tesis,
antítesis y síntesis, nunca he visto a ningún obrero que tuviera el menor interés por él.
Es cierto, desde luego, que muchos hombres de origen obrero son socialistas del tipo
teórico y educado. Pero ninguno de ellos ha seguido siendo obrero, en el sentido de
que no realiza ningún trabajo manual. Pertenecen o bien al tipo que he mencionado
en el capítulo anterior, el tipo de persona que se introduce en la clase media vía
«intelligentsia» literaria, o bien al tipo de hombre que llega a ser parlamentario
laborista o alto funcionario sindical. Este último personaje es uno de los espectáculos
más tristes que el mundo ofrece. Es un hombre que ha sido elegido para luchar por
sus compañeros, y todo lo que eso significa para él es un trabajo tranquilo y la
oportunidad de cultivarse. Combatiendo a la burguesía se convierte él mismo en un
burgués. Y, con todo, es posible que siga siendo un marxista ortodoxo. Pero nunca he
visto a un minero, a un obrero siderúrgico, a uno del textil, a un portuario, a un
picapedrero ni a ningún obrero que fuese «ideológicamente» coherente.
Una de las analogías entre el comunismo y el catolicismo es que sólo sus adeptos
«educados» son completamente ortodoxos. Lo que llama la atención de manera más
inmediata en los católicos ingleses (no me refiero a los católicos de toda la vida, sino
a los convertidos: Ronald Knox, Arnould Lunn et hoc genus) es que, según parece,
nunca piensan y ciertamente nunca escriben acerca de otra cosa que su catolicismo.
Este simple hecho y la satisfacción que obtienen de él constituyen el total de las
existencias del escritor católico. Pero lo realmente interesante en estos hombres es la
forma en que han elaborado las supuestas implicaciones de la ortodoxia hasta los más
mínimos detalles de la vida. Por lo que parece, incluso los líquidos que se ingieren
pueden ser ortodoxos o heréticos. De ahí las campañas de Chesterton, del
«Beachcomber» y de otros contra el té y a favor de la cerveza. Según Chesterton,
beber té es «pagano», mientras que beber cerveza es «cristiano». Es lástima para esta
teoría que los católicos favorezcan el movimiento en pro de la abstinencia y que los
católicos irlandeses sean los mayores consumidores de té del mundo. Pero lo que
quiero hacer notar aquí es la actitud mental que puede convertir hasta la comida y la
bebida en motivo de intolerancia religiosa. Un obrero católico nunca llevaría la
coherencia hasta tales absurdos. No pierde el tiempo meditando sobre el hecho de ser
católico, y no se siente diferente de sus vecinos no católicos. Pruebe usted a decirle a
un portuario irlandés de los suburbios que el té que se está tomando es pagano; verá
como le llama idiota. Y también en cosas más importantes olvidan a veces los obreros
las implicaciones de su fe. En los hogares católicos de Lancashire, se puede ver el
crucifijo en la pared y el Daily Worker sobre la mesa. Sólo el hombre «educado», en
especial el hombre de letras, es susceptible de convertirse en un beato. Y, mutatis
mutandis, ocurre igual con el comunismo. En un auténtico proletario, la doctrina no
se encuentra nunca en estado puro.
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