Page 116 - El camino de Wigan Pier
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W. H. Auden, una especie de Kipling sin enjundia           [18] , y por los poetas relacionados
           con  él,  de  menor  calidad  aún.  Todos  los  escritores  de  categoría  y  todos  los  libros
           dignos de leerse pertenecen al otro bando. Estoy dispuesto a creer que en Rusia es de

           otro  modo  —aunque  no  tengo  ningún  dato—,  pues,  seguramente,  en  la  Rusia
           posrevolucionaria, la sola violencia de los acontecimientos vividos habrá producido
           algún tipo de literatura vigorosa. Lo que es seguro es que, en la Europa occidental, el
           socialismo  no  ha  producido  ninguna  literatura  digna  de  este  nombre.  Hace  algún

           tiempo, cuando las cosas estaban menos claras, había escritores de alguna vitalidad
           que se denominaban socialistas, pero usaban la palabra como una etiqueta vaga. Así,
           el hecho de que Ibsen y Zola se definieran a sí mismos como socialistas significaba
           sencillamente  que  eran  «progresistas»,  mientras  que  en  el  caso  de  Anatole  France

           significaba  sólo  que  era  anticlerical.  Los  verdaderos  escritores  socialistas,  los
           propagandistas, Shaw, Barbusse, Upton Sinclair, William Morris, Waldo Frank, etc.,
           han sido siempre aburridos y vacíos parlanchines. Naturalmente, no estoy insinuando
           que  el  socialismo  sea  condenable  porque  a  los  señores  escritores  no  les  gusta;  no

           quiero dar a entender siquiera que el socialismo deba necesariamente producir una
           literatura  propia,  aunque  creo  que  es  mala  señal  que  no  haya  producido  ninguna
           canción digna de ser cantada. Me limito a señalar el hecho de que los escritores de
           auténtico  talento  suelen  ser  indiferentes  al  socialismo,  y  a  veces  le  son  activa  y

           maliciosamente hostiles. Y esto es un desastre, no sólo para los propios escritores,
           sino para la causa del socialismo, que tiene gran necesidad de ellos.
               Éste  es,  pues,  el  aspecto  superficial  del  rechazo  del  hombre  corriente  al
           socialismo. Conozco muy a fondo este penoso tema porque lo conozco a fondo desde

           los dos lados. Todo lo que estoy diciendo aquí se lo he dicho a ardientes socialistas
           que trataban de convertirme y me lo han dicho a mí escépticos no socialistas a los que
           yo trataba de convertir. Se trata, en resumen, de una especie de malestar producido
           por el desagrado hacia los socialistas tomados individualmente, en especial hacia los

           del tipo pedante citador de Marx. Ustedes dirán, quizá, que es infantil dejarse influir
           por este tipo de cosas. Dirán que es estúpido e incluso despreciable. Lo es, pero el
           caso es que ocurre, y por ello es tan importante tenerlo en cuenta.




























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