Page 118 - El camino de Wigan Pier
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Sólo pudieron ser empujados al fascismo porque el comunismo atacaba o parecía
atacar algunas cosas (el patriotismo, la religión, etc.) que constituyen motivaciones
más profundas que la económica, y, en este sentido, es perfectamente cierto que el
comunismo lleva al fascismo. Es una pena que los marxistas se concentren casi
siempre en sacar a la luz las raíces económicas de los hechos ideológicos; en un
cierto sentido, ello representa poner al descubierto la verdad, pero les acarrea el
inconveniente de que la mayor parte de su propaganda resulta infructuosa. Me
propongo analizar en este capítulo las formas ideológicas del rechazo del socialismo,
especialmente tal como se manifiestan en las personas sensibles. Tendré que
describirlas con alguna extensión, porque son actitudes muy difundidas y arraigadas y
casi totalmente desconocidas por los socialistas.
Lo primero a señalar es que la idea de socialismo está ligada, más o menos
indisolublemente, a la idea de la producción industrial. El socialismo es, básicamente,
una doctrina urbana. Apareció de forma más o menos simultánea a la
industrialización, ha tenido siempre sus raíces en el proletariado urbano y la
intelectualidad urbana, y es improbable que pudiera haber surgido en una sociedad
que no fuese la industrial. En ésta, la idea del socialismo nace de una manera natural,
pues la propiedad privada es sólo tolerable cuando todo individuo (individuo, familia
o la unidad social que sea) dispone de unos mínimos medios de subsistencia. Pero el
efecto del industrialismo es imposibilitar a todo el mundo el disponer de esos medios,
ni que sea temporalmente. Una vez asciende por encima de un nivel relativamente
bajo, el industrialismo debe desembocar en alguna forma de colectivismo. No
necesariamente el socialismo, desde luego; podría conducir también al estado
esclavista del que el fascismo es una especie de profecía. La producción industrial
implica como posibilidad el socialismo, pero el socialismo como sistema mundial
implica necesariamente la producción industrial, porque requiere una serie de cosas
no compatibles con una forma de vida primitiva. Requiere, por ejemplo, una
constante intercomunicación y el intercambio de productos entre todas las zonas de la
tierra; requiere algún grado de control centralizado, un nivel de vida
aproximadamente igual para toda la humanidad, y, probablemente, una cierta
uniformidad de educación. Podemos suponer, pues, que un mundo donde el
socialismo fuese una realidad estaría por lo menos tan altamente mecanizado como lo
están los Estados Unidos en este momento, probablemente mucho más. Sea como
sea, ningún socialista soñaría en negar esto. El mundo socialista es siempre descrito
como totalmente mecanizado, enormemente organizado, dependiente de la máquina
como las civilizaciones antiguas dependían del esclavo.
Aquí surge la primera objeción. Mucha gente culta, quizá la mayoría, no está
enamorada de la civilización industrial, pero todo el que tiene un poco de sensatez
sabe que no tiene sentido en estos momentos hablar de suprimir las máquinas. Pero lo
triste es que el socialismo, tal como suele ser presentado, está relacionado con la idea
del progreso mecánico, no sólo como un proceso necesario, sino como un fin en sí
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