Page 115 - El camino de Wigan Pier
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El hecho es que el socialismo, en la forma en que se ha presentado hoy en día,
           atrae principalmente a personas de poca calidad e incluso inhumanas. Por una parte,
           tenemos al socialista incluso de buen corazón, el típico socialista de clase obrera que
           lo único que quiere es suprimir la pobreza y no siempre sabe todo lo que esto implica,

           y, por otra parte, está el socialista intelectual, formado entre libros, que entiende la
           necesidad de tirar a la basura nuestra actual civilización y está dispuesto a hacerlo.
           Este último grupo procede, en su totalidad, de la clase media, y, encima, del sector
           urbano y desarraigado de ésta. Y, para mayor desgracia aún, este grupo incluye (hasta

           el extremo de que los ajenos a él crean que es su componente exclusivo) al tipo de
           persona  del  que  he  hablado  antes:  los  furibundos  detractores  de  la  burguesía,  los
           reformadores  paternalistas  de  los  que  Shaw  es  el  prototipo  y  los  astutos  jóvenes
           escaladores  social-literarios  que  son  comunistas  ahora  por  lo  mismo  que  serán

           fascistas  dentro  de  cinco  años,  porque  está  de  moda,  y  la  lamentable  tribu  de
           magnánimas mujeres, barbudos y bebedores de zumos de fruta que acuden en masa al
           olor del «progreso» como las moscas a la miel. La persona honrada corriente, que
           simpatiza con los objetivos esenciales del socialismo, tiene la impresión de que no

           hay sitio para la gente como él en ningún partido socialista que quiera trabajar en
           serio. Pero aun llega a la cínica conclusión de que el socialismo es una especie de
           fatalidad  que  probablemente  llegará  pero  que  debe  ser  diferida  el  máximo  tiempo
           posible. Desde luego, como ya he indicado antes, no me parece del todo justo juzgar

           un movimiento por sus adeptos, pero el caso es que la gente lo hace invariablemente,
           y la idea popular del socialismo está influida por la idea del socialista como persona
           aburrida o desagradable. El socialismo es presentado como un estado de cosas en el
           que nuestros más elocuentes socialistas se sentirían de lo más a gusto. Esto hace un

           gran  daño  a  la  causa.  El  hombre  corriente  podría  no  rechazar  una  dictadura  del
           proletariado, si ésta le fuese presentada con tacto, pero si se le habla de una dictadura
           de los pedantes, se rebelará.

               Existe la generalizada impresión de que toda sociedad bajo un sistema socialista
           tendría la misma relación con la nuestra que una botella nueva de borgoña colonial
           con una copa del mejor Beaujolais. Es un hecho admitido que vivimos en las ruinas
           de una civilización, pero una civilización que en sus tiempos fue muy importante y
           que, en algunos aspectos, es aún floreciente. Aún tiene su bouquet, por decirlo así,

           mientras que el imaginado futuro socialista, como el borgoña colonial, sólo sabe a
           hierro y a agua. De ahí el hecho, realmente desastroso, de que los artistas de alguna
           calidad no puedan ser atraídos al campo del socialismo. Éste es, sobre todo, el caso

           de  los  escritores,  cuyas  opiniones  políticas  están  más  directa  y  claramente
           relacionadas con su obra que las de los pintores, por ejemplo. Si se miran los hechos
           de cara, hay que reconocer que casi todo lo definible como literatura socialista es
           aburrido,  insustancial  y  malo.  Consideremos  la  situación  en  Inglaterra  en  este
           momento. Toda una generación ha crecido más o menos familiarizada con la idea del

           socialismo y, a pesar de ello, la cumbre de la literatura socialista es representada por



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