Page 120 - El camino de Wigan Pier
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entre religión y ciencia que agitó a nuestros abuelos. Ahora el conflicto ha cesado y
           ambas partes se han retirado atribuyéndose la victoria. Pero en la mente de la mayoría
           de las personas creyentes pervive aún un cierto prejuicio anticientífico. Durante todo
           el siglo diecinueve, se levantaron voces de protesta contra la ciencia y las máquinas

           (véase,  por  ejemplo  Tiempos  difíciles,  de  Dickens),  pero  fue  casi  siempre  por  la
           bastante endeble razón de que el industrialismo, en sus primeras etapas, era cruel y
           feo. El ataque de Samuel Butler a la máquina en el conocido capítulo de Erewhon es
           otra  cosa.  Pero  Butler  vivió  en  una  época  menos  desesperada  que  la  nuestra,  una

           época  en  la  que  un  intelectual  de  categoría  podía  aún  ser  un  diletante  parte  del
           tiempo,  y  utilizó  el  tema  para  realizar  una  especie  de  ejercicio  intelectual.  Vio
           claramente nuestra abyecta dependencia de la máquina, pero en lugar de analizar las
           consecuencias de tal situación, prefirió exagerar ésta en virtud de lo que no era gran

           cosa más que una broma. Sólo en nuestra época, en que la mecanización ha triunfado
           definitivamente,  podemos  sentir  de  verdad  la  tendencia  de  la  máquina  a  hacer
           imposible  una  vida  plenamente  humana.  Probablemente  no  hay  nadie  capaz  de
           pensamiento  y  de  sentimiento  que  no  haya  mirado  alguna  vez  una  silla  de  tubo  y

           pensado que la máquina es enemiga de la vida. Aunque, por lo general, esta idea es
           más instintiva que razonada. La gente sabe que, de alguna manera, el progreso es un
           engaño,  pero  llegan  a  esta  conclusión  por  una  especie  de  taquigrafía,  y  yo  me
           propongo aquí exponer los pasos lógicos que habitualmente se saltan. Pero antes hay

           que  preguntarse:  ¿cuál  es  la  función  de  la  máquina?  Evidentemente,  su  función
           principal  es  ahorrar  trabajo,  y  la  gente  para  la  cual  la  civilización  industrial  es
           totalmente aceptable no suelen ver ninguna razón para profundizar más. He aquí, por
           ejemplo,  una  persona  que  afirma,  que  proclama  sentirse  totalmente  a  gusto  en  el

           moderno mundo mecanizado. La cita es de Mundo sin fe, de John Beevers. He aquí lo
           que dice:


               «Es una locura afirmar que el hombre medio de hoy, el que cobra de dos libras y
           diez chelines a cuatro libras semanales es un tipo de hombre inferior al peón agrícola

           del  siglo  dieciocho  o  al  jornalero  o  campesino  de  cualquier  comunidad
           exclusivamente  agrícola,  presente  o  pasada.  Eso  no  es  verdad.  Es  una  solemne
           estupidez  proclamar  los  efectos  civilizadores  del  trabajo  en  los  campos  y  en  las
           granjas en detrimento de aquel que se realiza en una gran fábrica de locomotoras o de
           automóviles.  El  trabajo  es  una  carga.  Trabajamos  porque  nos  vemos  obligados  a

           hacerlo, y todo trabajo tiene la finalidad de proporcionarnos ocio y los medios de
           disfrutar de ese ocio de la forma más agradable posible».


               Dice también Beevers:


               «El  hombre  tendrá  tiempo  y  poder  suficiente  para  buscarse  el  cielo  aquí  en  la
           tierra,  sin  preocuparse  más  del  cielo  sobrenatural.  La  tierra  será  un  lugar  tan

           agradable que al sacerdote y el párroco no les quedará mucho que decir. Se quedarán


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