Page 17 - El camino de Wigan Pier
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tonelada cada una y después llevado a las jaulas e izado a la superficie.
Es imposible observar a los paleros mientras trabajan sin sentir envidia de su
fortaleza. La tarea que realizan es tremenda, casi sobrehumana con relación a la
capacidad de una persona normal. No sólo extraen cantidades enormes de carbón,
sino que lo hacen en una posición que duplica o triplica el esfuerzo, es decir, de
rodillas, pues la altura del techo no permite estar de pie. Es fácil comprobar en la
práctica el gran esfuerzo que ello significa. El trabajo de pala es relativamente fácil si
se hace de pie, pues se puede usar la rodilla y el muslo para guiar la pala. Al trabajar
de rodillas, todo el esfuerzo recae sobre el brazo y los músculos del vientre. Y las
demás condiciones en que trabajan los mineros no les facilitan precisamente la tarea:
el calor, cuya intensidad es variable, pero que en algunos momentos es sofocante; el
polvo de carbón, que se introduce en la garganta y en las ventanas de la nariz y se
acumula en las pestañas, y el incesante estrépito de la correa transportadora, que en
aquel reducido espacio resulta parecido al tableteo de una ametralladora. Pero los
paleros parecen hechos de hierro y trabajan como si así fuera. No es exagerado decir
que parecen de hierro, estatuas de hierro forjado, bajo la fina capa de polvo negro que
cubre sus cuerpos de la cabeza a los pies. Sólo cuando los mineros están en el tajo,
desnudos, se advierte la belleza de sus cuerpos. La mayoría de estos hombres son de
baja estatura (en este trabajo, una talla elevada es un inconveniente), pero casi todos
tienen cuerpos muy hermosos: espaldas anchas, cintura fina y flexible, caderas
esbeltas y musculosas y muslos duros y vigorosos. En ningún punto de su cuerpo hay
una onza de grasa superflua. En las minas donde la temperatura es más elevada,
llevan sólo unos calzoncillos muy finos, zuecos y rodilleras; allí donde el calor es
más intenso llevan sólo zuecos y rodilleras. Por su aspecto, es difícil decir cuáles de
ellos son jóvenes y cuáles maduros. Algunos tienen sesenta y hasta sesenta y cinco
años, pero cuando están desnudos y cubiertos de polvo negro todos tienen el mismo
aspecto. Para realizar este trabajo es necesario tener el cuerpo de un joven, y la figura
de un guardia de corps además. Un par de kilos de más en la cintura y les resultarían
imposibles las continuadas flexiones. Es un espectáculo inolvidable la fila de figuras
arrodilladas e inclinadas, negras de pies a cabeza, hundiendo una y otra vez las
enormes palas en el carbón con magnífica fuerza y velocidad. Los mineros trabajan
siete horas y media, teóricamente sin interrupción, pues no hay un tiempo establecido
para comer. Pero suelen hacer una pausa de un cuarto de hora, más o menos, en algún
momento de la jornada para comer algo que han traído consigo, generalmente un
bocadillo y una botella de té frío. La primera vez que bajé a ver trabajar a los paleros
puse la mano sin querer en una horrible cosa viscosa tirada en el polvo del suelo. Era
un trozo de tabaco masticado. Casi todos los mineros mastican tabaco; dicen que es
bueno para combatir la sed.
Seguramente es necesario descender a varias minas antes de formarse una idea
aproximada de los procesos que tienen lugar en ellas. Esto es sobre todo porque el
solo esfuerzo de desplazarse de un punto a otro hace difícil observar lo que ocurre en
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