Page 18 - El camino de Wigan Pier
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torno a uno. En algunos aspectos, la experiencia constituye una decepción, o por lo
menos es diferente de lo que uno había imaginado. Entra uno en la jaula, que es una
caja de acero del ancho de una cabina telefónica, aproximadamente, y dos o tres
veces más larga. Tiene capacidad para diez hombres, a condición de que éstos se
aprieten como sardinas en lata, y un hombre alto tiene que inclinarse para ir en ella.
Se cierra la puerta de acero y alguien que maneja los mandos en la superficie nos deja
caer en el vacío. Se tiene el habitual y momentáneo malestar en el vientre y una
sensación de estallido en las orejas, pero no se percibe apenas sensación de
movimiento hasta llegar cerca del fondo, cuando la velocidad disminuye tan
rápidamente que uno juraría que el aparato vuelve a ascender. En la mitad del
trayecto, la jaula alcanza probablemente los sesenta kilómetros por hora; en algunas
de las minas más profundas es todavía mayor. Una vez en el fondo, cuando uno se
agacha para salir, se encuentra quizás a cuatrocientos metros bajo tierra. Es decir que
se tiene, por así decirlo, una montaña encima: cientos de metros de dura roca, huesos
de animales de especies extinguidas, subsuelo, masas de piedra, raíces de plantas,
hierba y vacas paciendo en ella, todo suspendido sobre la cabeza de uno y apoyado
sólo en unos maderos del grosor de la pantorrilla. Pero, debido a la velocidad del
descenso, la sensación de profundidad no es mucho mayor de la que se tiene en la
estación de metro de Piccadilly.
Lo que sí resulta sorprendente son las enormes distancias horizontales que hay
que recorrer una vez en el fondo. Antes de bajar a las minas, yo me había imaginado
vagamente que los mineros salían de la jaula y se ponían a trabajar en el carbón, unos
pocos metros más allá. No había caído en la cuenta de que, antes de empezar siquiera
el trabajo, el minero ha de recorrer agachado unas distancias que pueden ser tan
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largas como la que separa el London Bridge de Oxford Circus . En un principio,
naturalmente, el pozo es excavado en un punto cercano al filón de mineral. Pero, a
medida que se agota el filón y se van explotando otros nuevos, las galerías se alejan
más y más del fondo del pozo. Un kilómetro entre el fondo del pozo y el tajo es
probablemente la distancia media; tres kilómetros es una distancia bastante habitual,
y he oído decir incluso que hay unas cuantas minas en que se llega a los cinco. Pero
estas distancias no son en absoluto comparables a sus iguales en el exterior, pues, en
todo este kilómetro o kilómetros, no hay, ni siquiera en la galería principal, casi
ningún lugar donde sea posible ponerse en pie.
Las consecuencias de esto no son perceptibles hasta que se llevan recorridos unos
centenares de metros. Uno sale de la jaula, ligeramente encorvado, y penetra en la
mal iluminada galería, que tiene unos dos metros y medio de ancho y uno y medio de
alto. Las paredes son de losas de pizarra, como las paredes de piedra de Derbyshire.
A una distancia de uno o dos metros entre sí están los maderos que sostienen las
vigas. Algunas de éstas han cedido formando increíbles curvas bajo las cuales uno
tiene que agacharse para evitar el golpe. Por lo general, el estado del suelo dificulta
también la marcha, a causa de la espesa capa de polvo y los puntiagudos trozos de
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