Page 23 - El camino de Wigan Pier
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significa. Cuando cavo zanjas en el jardín, si extraigo dos toneladas de tierra durante
la tarde, siento que me he ganado la merienda. Pero la tierra es mucho más blanda
que el carbón; además, yo no tengo que trabajar de rodillas, a trescientos metros bajo
tierra, con un calor sofocante y tragando polvo de carbón cada vez que respiro; ni
tampoco he de caminar un kilómetro con el cuerpo encorvado antes de comenzar. El
trabajo de la mina está tan por encima de mi capacidad como lo estaría hacer
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exhibiciones en el trapecio volante o ganar el Grand National . No soy un
trabajador manual y quiera Dios que nunca haya de serlo, pero hay algunos tipos de
trabajo físico que podría realizar si fuese necesario. En caso de apuro, podría
convertirme en un barrendero pasable, en un mal jardinero o incluso en un peón
agrícola de los peores. Pero me resulta imposible imaginar que, por más que me
esforzara y me entrenara, pudiese nunca hacer de minero; ese trabajo acabaría
conmigo en quince días.
Al observar el trabajo de los mineros, uno se da cuenta por un momento de cuán
diferentes son los mundos en que viven los distintos tipos de gente. Las
profundidades de donde se saca el carbón constituyen una especie de universo aparte
del que uno puede no saber nada de nada en toda su vida. Seguramente, la mayoría de
las personas preferirían incluso esta ignorancia. Y sin embargo ese mundo
subterráneo es la contrapartida absolutamente necesaria de nuestro mundo exterior.
Prácticamente todo lo que hacemos, desde comernos un helado hasta cruzar el
Atlántico, y desde cocer un pan hasta escribir una novela implica, directa o
indirectamente, el uso de carbón. El carbón es necesario a las actividades de la paz, y
es indispensable cuando estalla una guerra. En tiempo de revolución, el minero debe
continuar trabajando; si no, la revolución se detiene, pues tanto la revolución como la
reacción necesitan combustible. Ocurra lo que ocurra en el exterior, las cortadoras y
las palas deben moverse sin pausa, o por lo menos sin pausa superior a unas semanas,
todo lo más. Para que Hitler pueda marcar el paso de la oca, para que el Papa pueda
denunciar el bolchevismo, para que los aficionados al críquet puedan acudir al Lord’s
y para que los poetastros puedan rascarse la espalda unos a otros tiene que haber
carbón. Pero, en general, no somos conscientes de ello. Todos sabemos que «el
carbón es necesario», pero nunca o casi nunca pensamos en lo que representa sacarlo
de la tierra. Aquí estoy yo, escribiendo junto a mi agradable fuego de carbón.
Estamos en abril, pero todavía no puedo prescindir de la chimenea. Una vez cada
quince días, se para frente a la puerta la camioneta del carbón y unos hombres con
cazadoras de cuero lo entran en casa en gruesos sacos que huelen a alquitrán y lo
echan ruidosamente en la carbonera. Muy pocas veces, haciendo un verdadero
esfuerzo mental, relaciono este carbón con el remoto trabajo de las minas. Es
simplemente «carbón», una cosa que necesito, una cosa negra que llega
misteriosamente de ningún sitio concreto, como el maná, con la diferencia de que
cuesta dinero. Se puede muy bien atravesar en automóvil todo el norte de Inglaterra y
no recordar ni una sola vez que, a decenas de metros bajo la carretera, están los
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