Page 26 - El camino de Wigan Pier
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día u otro, y no siempre vale la pena instalar unos baños cada vez que se abre un
pozo. No dispongo de cifras exactas, pero parece ser que, de cada tres mineros,
apenas uno dispone de baño a la salida del pozo. Probablemente, la inmensa mayoría
de los mineros están completamente negros de cintura para abajo por lo menos
durante seis días a la semana. En sus casas, les resulta casi imposible lavarse
completamente. Cada gota de agua que usan ha de ser calentada y, en una reducida
sala de estar en la que han de caber, además de la cocina de carbón y de algunos
muebles, la esposa, los hijos y probablemente un perro, no existe la posibilidad física
de tener una bañera. Incluso con un balde se salpican de agua los muebles. La gente
de la clase media dice que los mineros no se lavarían como Dios manda ni que
tuviesen los medios, pero esto no es cierto, como lo demuestra el hecho de que en los
pozos con baños a la salida prácticamente todos los hombres los usan. Sólo los
mineros más viejos siguen aferrados a la creencia de que lavarse las piernas es causa
de lumbago. Por otra parte, los baños a la salida del pozo, allí donde existen, son
costeados, total o parcialmente, por los propios mineros, a través del Fondo de
[5]
Asistencia a los Mineros . Algunas veces la compañía contribuye, y otras el Fondo
cubre enteramente los gastos. Pero seguro que aún ahora, en los hotelitos de
[6]
Brighton , las señoras ancianas siguen diciendo: «Si los mineros tuviesen bañera, la
usarían para guardar el carbón».
En realidad, lo que sorprende es que los mineros se laven con tanta regularidad,
dado el poco tiempo que les queda entre el trabajo y el sueño. Es un gran error creer
que la jornada laboral de un minero dura sólo siete horas y media. Siete horas y
media es el tiempo que pasa en el tajo, pero, como ya he explicado, hay que contar
además el tiempo invertido en el «camino», que pocas veces es inferior a una hora y a
menudo es de tres horas. Además, muchos mineros han de recorrer un trayecto largo
entre su casa y el pozo. En todas las áreas industriales se da una gran escasez de
viviendas; sólo en los pequeños pueblos mineros, donde todas las casas están
agrupadas en torno al pozo, viven los mineros cerca del trabajo. En las grandes
ciudades mineras que yo he visitado, casi todos tomaban el autobús. El gasto semanal
en transportes era de unos dos chelines y medio. Un minero en cuya casa me alojé
trabajaba en el turno de la mañana, de las seis a la una y media. Se levantaba a las
cuatro menos cuarto y volvía a casa después de las tres. En otra casa donde me
hospedé, un muchacho de quince años trabajaba en el turno de noche. Se marchaba a
las nueve y volvía a las ocho de la mañana, desayunaba y se iba en seguida a dormir.
Se levantaba a las seis de la tarde. O sea que su tiempo libre era de unas cuatro horas
al día, mucho menos en realidad, si se descuenta el tiempo de comer, lavarse y
vestirse.
Los cambios que debe hacer la familia de un minero cuando éste es trasladado de
un turno a otro deben de ser extremadamente molestos. Si trabaja en el turno de
noche, llega a casa a la hora del desayuno; si lo hace en el de la mañana llega a media
tarde, y si trabaja por la tarde regresa en plena noche. Como es lógico, en cualquiera
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