Page 25 - El camino de Wigan Pier
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uando el minero sale del pozo está tan pálido que su palidez es visible incluso a
Ctravés de la máscara de polvo. Ello se debe al aire viciado que ha estado
respirando, y desaparecerá al cabo de un rato. Para un hombre del sur que visita por
primera vez las zonas mineras, la visión de varios centenares de mineros saliendo de
un pozo resulta un espectáculo extraño y un tanto siniestro. Sus caras cubiertas de
hollín revelan su agotamiento, y tienen una expresión hosca y salvaje. Fuera del
trabajo, cuando llevan la cara limpia, se distinguen en poco del resto de la gente.
Tienen una forma característica de andar, muy derechos y con los hombros echados
hacia atrás, como reacción al constante agacharse de allá abajo. Pero la mayoría de
ellos son de baja estatura, y sus ropas bastas y mal cortadas ocultan la belleza de sus
cuerpos. Su rasgo físico más característico son las cicatrices azules en la nariz. Todos
los mineros tienen cicatrices azules en la nariz y en la frente, que permanecerán allí
hasta el día de su muerte. El polvo de carbón que satura el aire de la mina se
introduce en toda pequeña herida que se produce y se queda allí al cicatrizar la piel,
formando una mancha azul, como un tatuaje, pues en realidad no es otra cosa.
Algunos de los hombres de más edad tienen la frente veteada de azul como el queso
de Roquefort.
Cuando el minero sale a la superficie, lo primero que hace es gargarizar un poco
de agua para sacarse el polvo de carbón de la garganta y de la nariz. Después, en su
casa, se lava o no, según su costumbre. Por lo que he visto, yo diría que la mayoría de
los mineros prefieren comer primero y lavarse después, como lo preferiría yo en sus
circunstancias. Es habitual ver a un minero sentado a la mesa del té con la cara
completamente negra excepto los labios, limpios por el hecho de comer, y que
parecen muy rojos. Después de la comida, el minero coge un balde de agua y se lava
metódicamente, primero las manos, después el pecho, el cuello y los sobacos y
finalmente la cara y el cuero cabelludo, donde el polvillo se acumula en mayor
cantidad. Después, su mujer le lava la espalda con la toalla. Con ello, queda limpia la
mitad superior de su cuerpo; probablemente tiene aún el ombligo lleno de carbón,
pero aun así no es fácil quedar pasablemente limpio con un solo balde de agua. Yo,
por mi parte, necesitaba bañarme dos veces cada vez que salía de una mina. Sólo para
limpiarse las pestañas se requieren diez minutos.
En algunas de las explotaciones mayores y mejor organizadas, los mineros
disponen de baños a la salida misma de los pozos. Esto constituye una ventaja
enorme, porque les permite lavarse completamente todos los días de forma cómoda y
agradable, y porque en los baños cada hombre tiene dos armarios, y puede así guardar
su ropa de trabajo separada de la corriente, de modo que a los veinte minutos de salir
del pozo negro como un tizón puede marcharse a ver un partido de fútbol limpio y
bien vestido. Pero estos baños no abundan, porque los filones de carbón se agotan un
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