Page 24 - El camino de Wigan Pier
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mineros dándole a las palas. Y, en cierto modo, son ellos los que hacen andar el
coche. Su mundo de allá abajo, iluminado por linternas, es tan necesario al mundo
donde brilla el sol como la raíz a la flor.
No hace mucho tiempo, las condiciones de trabajo en las minas eran peores que
las de ahora. Aún viven algunas mujeres muy ancianas que trabajaron allí en su
juventud, arrastrando a cuatro patas vagonetas de carbón con una correa en torno a la
cintura y una cadena entre las piernas. Seguían trabajando así incluso cuando estaban
embarazadas. E incluso hoy en día, si el carbón no pudiera ser extraído sin que
mujeres embarazadas lo arrastrasen de un lugar a otro, creo que permitiríamos que lo
hiciesen antes que quedarnos sin él. Pero, naturalmente, en la mayoría de las
ocasiones, preferiríamos olvidar que lo hacían. Es lo mismo que ocurre con todas las
formas de trabajo manual; nos es indispensable para vivir, pero olvidamos su
existencia. Quizá más que nadie, el minero es representativo del trabajador manual;
no sólo por la excepcional dureza de su trabajo sino también por lo vitalmente
necesario que es este trabajo y porque, a pesar de ello, queda tan alejado de nuestra
vida, es, por así decirlo, tan invisible que podemos olvidarlo de la misma forma que
olvidamos la sangre de nuestras venas. En un cierto sentido, es incluso humillante
observar el trabajo de los mineros, pues suscita en uno una momentánea duda acerca
de su condición de «intelectual» y de persona superior en general. Se da uno cuenta,
por lo menos mientras está en la mina, de que la gente superior puede seguir siendo
superior sólo gracias al hecho de que los mineros están allí echando el bofe. Usted,
yo, el director del suplemento literario del Times, los poetastros, el arzobispo de
Canterbury y el camarada X, autor de El marxismo para niños, debemos realmente la
relativa comodidad de nuestras vidas a los pobres forzados que trabajan bajo tierra,
negros de los pies a la cabeza, con la garganta llena de polvo, empujando las palas
con sus músculos de acero.
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