Page 43 - El camino de Wigan Pier
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dormían en una sola habitación y no lo consideraban nada del otro mundo, y que, más
           adelante, estando él ya casado, él y su mujer habían vivido en una de aquellas casas
           «detrás con detrás» de antes, en las cuales no sólo había que andar doscientos metros
           para ir al retrete, sino que a menudo, al llegar a él, había que hacer cola, pues era

           compartido  por  treinta  y  seis  personas.  Y  cuando  su  mujer  estuvo  enferma,  de  la
           enfermedad que le costó la vida, siguió teniendo que caminar los doscientos metros
           hasta el retrete. Estas cosas, me decía el hombre, la gente las aceptaba sin más «hasta
           que les hablaron de ellas».

               No sé si esto es verdad. Lo que sí es cierto es que hoy en día nadie considera
           aceptable  el  hecho  de  dormir  once  en  una  habitación,  y  que  incluso  a  la  gente
           acomodada le causa un vago malestar la idea de que existen «barrios pobres». De ahí
           toda la cháchara sobre la «construcción de nuevas viviendas» y la «demolición de

           zonas ruinosas» que hemos venido oyendo de manera intermitente desde que acabó la
           guerra. Obispos, políticos, filántropos y demás se complacen en hablar enfáticamente
           del problema de la vivienda, porque así desvían la atención de males más graves, y
           hacen creer que aboliendo los barrios pobres se abolirá la pobreza. Pero toda esta

           charla  no  ha  servido  prácticamente  para  nada.  Por  lo  que  puede  observarse,  el
           hacinamiento no ha disminuido, sino que quizás ha aumentado en estos doce últimos
           años.
               Ciertamente, hay una gran diferencia en la rapidez con que las distintas ciudades

           están  atacando  el  problema.  En  algunas,  la  construcción  parece  casi  estancada,
           mientras que en otras avanza rápidamente y las viviendas de propiedad privada están
           siendo desplazadas. En Liverpool, por ejemplo, se han reconstruido amplias zonas, la
           mayoría  por  iniciativa  del  ayuntamiento.  También  en  Sheffield  la  demolición  y  la

           reconstrucción  avanzan  con  bastante  rapidez,  aunque  quizá  no  con  la  que  sería
           necesaria,  dada  la  excepcional  sordidez  de  sus  suburbios        [10] .  Ignoro  por  qué  la
           construcción de viviendas avanza, en su conjunto, con tanta lentitud, y por qué unas

           ciudades  pueden  obtener  préstamos  para  este  fin  con  mucha  mayor  facilidad  que
           otras. Estas cuestiones deberían ser aclaradas por alguien que conociese mejor que yo
           el funcionamiento de la administración local. Una casa del ayuntamiento suele costar
           entre tres y cuatrocientas libras; cuesta bastante menos si es construida por «trabajo

           directo» que por contrato. El alquiler de una de estas casas totalizaría al año, como
           promedio,  algo  más  de  veinte  libras,  sin  contar  los  impuestos,  de  modo  que,
           aparentemente, aun teniendo en cuenta los gastos generales y el interés del préstamo,
           a todos los ayuntamientos les resultaría rentable construir tantas casas como pudieran

           ser  alquiladas.  Naturalmente,  en  muchos  casos,  estas  casas  serían  habitadas  por
           personas acogidas al P.A.C., de modo que los municipios ingresarían por un lado el
           dinero  que  desembolsan  por  otro,  es  decir,  pagarían  en  concepto  de  ayuda  a  los
           desempleados y lo recuperarían en concepto de alquileres. La ayuda a los parados han

           de  darla  en  cualquier  caso,  y,  tal  como  están  las  cosas  ahora,  una  parte  de  las
           pensiones municipales va a parar a las manos de los propietarios particulares. Las



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