Page 38 - El camino de Wigan Pier
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recorrido que puede ser de doscientos metros— para llegar al retrete o al cubo de la
basura. Y los que viven en la casa de detrás tienen por todo panorama una hilera de
retretes. Hay casas que contienen una sola vivienda cada una, pero que carecen
también de puerta trasera, aparentemente por pura mala fe del constructor.
Las ventanas que no se abren son una característica de las viejas ciudades
mineras. El suelo de algunas de estas ciudades está tan horadado por antiguas minas
que el terreno cede constantemente, y las casas se van inclinando. En Wigan hay filas
enteras de casas que han llegado a formar sorprendentes ángulos, y las ventanas se
han apartado diez o veinte grados de la horizontal. A veces, las fachadas forman una
curva hacia fuera, tan pronunciada que parece que la casa esté embarazada de siete
meses. Se puede construir una fachada nueva, pero ésta comienza pronto a curvarse
también. Cuando una casa se hunde con alguna rapidez, las ventanas quedan
bloqueadas para siempre, y la puerta ha de ser reajustada. En estas ciudades,
fenómenos de este tipo no despiertan ya sorpresa. La historia del minero que vuelve
del trabajo y tiene que derribar la puerta a hachazos para entrar en casa es
considerada cómica.
En algunos casos he hecho constar «propietario bueno» o «propietario malo»,
porque la opinión de los habitantes de estos barrios acerca de este personaje varía
considerablemente. Me enteré de que, como era de esperar, los propietarios de
posición más modesta suelen ser los peores. Esto es contrario a la creencia general,
pero se explica fácilmente. En teoría, el peor tipo de propietario de viviendas pobres
es un hombre gordo y malvado, preferiblemente un obispo, que obtiene pingües
beneficios extorsionando a sus inquilinos. En realidad, el tipo de propietario que crea
más problemas es la anciana que ha invertido los ahorros de toda su vida en la
compra de tres casas en un barrio, vive en una de ellas y come del alquiler de las otras
dos, a consecuencia de lo cual nunca tiene dinero para reparaciones.
Estas sencillas notas que tomé tienen valor sólo como recordatorio para mí. El
leerlas me ayuda a evocar lo que he visto, pero por sí solas no pueden dar mucha idea
de las condiciones de vida de esos sórdidos barrios obreros del norte. Las palabras
tienen tan poca fuerza… ¿De qué sirven breves fórmulas como «goteras en el techo»
o «cuatro camas para ocho personas»? Se desliza la vista por ellas sin registrar nada.
Y sin embargo ¡cuánta riqueza de miseria pueden contener! Tomemos el problema
del hacinamiento, por ejemplo. Muy a menudo viven ocho e incluso diez personas en
una casa de tres habitaciones. Una de éstas es la sala, y, dado que probablemente
mide una docena de metros cuadrados y contiene, además de la cocina de carbón y la
fregadera, una mesa, sillas y un aparador, no hay en ella espacio para una cama. De
modo que las ocho o diez personas duermen en dos pequeñas habitaciones,
compartiendo un máximo de cuatro camas. Algunas de estas personas son adultas y
han de ir a trabajar, lo cual empeora las cosas. Recuerdo que en una casa que visité
compartían una cama tres chicas mayores, que iban a trabajar cada una a horas
diferentes, con lo que cada una molestaba a las demás al levantarse o entrar en la
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