Page 33 - El camino de Wigan Pier
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muestran pasablemente educados.
               Estas  pequeñas  molestias  y  humillaciones  —el  tener  que  esperar,  el  tener  que
           hacerlo todo según la conveniencia de los demás— es inherente a la vida de la clase
           trabajadora. Mil presiones llevan al obrero a adoptar un papel pasivo. Él no actúa; son

           los demás quienes actúan sobre él. Se siente esclavo de una misteriosa autoridad y
           está firmemente convencido de que «ellos» no le dejarán hacer esto o aquello. Una
           vez que yo trabajaba en la recogida del lúpulo, les pregunté a los sudorosos jornaleros
           (que ganan menos de seis peniques por hora) por qué no formaban un sindicato. Me

           respondieron inmediatamente que «ellos» ni lo permitirían. «¿Quiénes son ellos?»,
           pregunté. Nadie lo sabía, pero lo que estaba claro es que «ellos» eran omnipotentes.
           Una persona de origen burgués va por la vida con una cierta esperanza de obtener lo
           que desea, dentro de unos límites razonables. De ahí el hecho de que, en épocas de

           crisis, la gente «educada» sea, en general, la que pase delante de los demás. No es
           que  estén  más  dotados  que  los  demás,  y  su  educación,  en  sí  misma,  suele  ser
           totalmente  inútil,  pero  están  acostumbrados  a  ser  objeto  de  un  cierto  grado  de
           deferencia, y, a consecuencia de esto tienen la seguridad en sí mismos necesaria para

           desempeñar funciones de mando. Parece ser que en todas partes se ha dado siempre
           por sentado que son estas personas las que asumen la dirección de las cosas. En un
           interesante  pasaje  de  la  Historia  de  la  Comuna,  de  Lissagaray,  se  describen  los
           fusilamientos  que  tuvieron  lugar  a  la  caída  de  aquélla.  Las  autoridades  decidieron

           fusilar a los cabecillas, y, cuando no sabían quiénes eran estos cabecillas, los elegían
           entre los demás según el criterio de que los cabecillas serían los de extracción social
           más  alta.  Lissagaray  cuenta  cómo  un  oficial  recorría  una  fila  de  prisioneros,
           separando a los que le parecían más sospechosos. Un hombre fue fusilado porque

           llevaba  reloj;  otro,  porque  «tenía  una  expresión  inteligente».  No  me  gustaría  ser
           fusilado por el hecho de tener una expresión inteligente, pero creo que es cierto que
           en  casi  todas  las  sublevaciones  los  dirigentes  suelen  ser  personas  que  saben
                                    [9]
           pronunciar las haches .
































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