Page 39 - El camino de Wigan Pier
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habitación. En otra casa, un minero que trabajaba en el turno de noche dormía de día
           en una estrecha cama que ocupaba por las noches otro miembro de la familia. Cuando
           hay  en  la  casa  hijos  mayores,  existe  un  problema  adicional:  los  chicos  y  chicas
           adolescentes no pueden dormir en una misma cama. Una familia a la que visité estaba

           compuesta por el padre, la madre y dos hijos, chico y chica, que andarían por los
           diecisiete años. Tenían sólo dos camas para todos. El padre dormía con el hijo y la
           madre con la hija; era el único arreglo que eliminaba el peligro de incesto.
               Las goteras y las paredes húmedas hacen, en invierno, casi inhabitables algunas

           habitaciones. Están, además, las chinches. Cuando las chinches se meten en una casa,
           se  quedan  en  ella  hasta  el  día  del  juicio  final;  no  hay  ningún  sistema  seguro  para
           exterminarlas. Respecto a las ventanas que no se abren, no es difícil imaginar lo que
           debe de ser, en verano, estar en una pequeña sala-cocina donde el fuego de carbón,

           que se usa para guisar, ha de estar encendido buena parte del tiempo.
               Las casas «detrás con detrás» tienen, además, otros inconvenientes. Una distancia
           de cincuenta metros hasta el retrete y el cubo de la basura no constituye precisamente
           un estímulo a la limpieza. En las casas que dan a la calle —por lo menos en las calles

           secundarias, donde el ayuntamiento no interviene— las mujeres tienen la costumbre
           de echar los desperdicios a la calle, de modo que la alcantarilla está siempre obstruida
           por restos de té y trozos de pan. Y no está de más pensar lo que debe de ser para un
           niño crecer en uno de esos patios donde tiene por todo horizonte una fila de retretes y

           un muro.
               En  estos  barrios,  una  mujer  se  convierte  en  una  fregona  agobiada  por  una
           infinidad de tareas. Es posible que no llegue a desmoralizarse, pero lo que no puede
           de ninguna manera es vivir de acuerdo con sus aspiraciones en materia de limpieza y

           orden. Las faenas domésticas no se acaban nunca; siempre queda alguna por hacer, y
           ella no dispone de facilidad ninguna para realizarlas, ni casi de espacio para moverse.
           No bien le ha lavado la cara a uno de los niños, el otro la lleva ya sucia; antes de

           haber fregado los platos de una comida es hora ya de preparar la siguiente. Las casas
           que visité presentaban grandes diferencias: algunas estaban tan limpias y arregladas
           como  era  posible  dadas  las  circunstancias,  y  otras  estaban  en  un  estado  tan
           lamentable  que  no  es  posible  dar  de  ellas  una  impresión  exacta.  La  sensación
           predominante, el olor, es indescriptible. Y la suciedad y el desorden casi también.

           Aquí una tina llena de agua sucia, allí un balde lleno de vajilla por lavar, más platos
           sucios apilados en cualquier superficie libre, trozos de papel de periódico por todas
           partes y, en el centro de la estancia, la inevitable y horrible mesa cubierta con un hule

           pringoso y llena de cacharros y cosas de planchar, medias a medio remendar, pedazos
           de  pan  seco  y  trozos  de  queso  envueltos  en  papel  de  periódico  grasiento.  Y  la
           congestión que hay en una habitación pequeña, donde el ir de un extremo a otro es un
           complicado viaje por entre los muebles, con una hilera de ropa tendida que le da a
           uno en la cara cada vez que se mueve, tropezando con los niños que juegan por el

           suelo… Algunas escenas se me han quedado fuertemente grabadas en la memoria. La



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