Page 53 - El camino de Wigan Pier
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Inspección de Recursos.
No obstante, a pesar de la enorme extensión del paro, la pobreza —la extrema
pobreza— es menos evidente en el Norte industrial que en Londres. En el Norte todo
es más pobre y más viejo; hay menos automóviles y menos gente bien vestida, pero
también hay menos gente que esté absoluta y evidentemente sin recursos. Incluso en
ciudades tan grandes como Liverpool y Manchester, sorprende el escaso número de
mendigos. Londres es una especie de remolino que atrae a las gentes abandonadas, y
es tan grande que la vida de sus habitantes es solitaria y anónima. Mientras no
infrinja la ley, una persona puede pasar absolutamente desapercibida, y puede caer en
la miseria hasta un extremo que no sería posible en un lugar donde fuese conocido
por los vecinos. Pero en las ciudades industriales la antigua forma de vida
comunitaria no se ha roto aún, la tradición pervive y casi todo el mundo tiene familia,
y por tanto, en potencia, un hogar. En una ciudad de 50 000 o 100 000 habitantes, no
hay una población eventual, una gente con la que, por así decirlo, no se contaba; por
ejemplo, nadie duerme en las calles. Además, una cosa que se puede decir en favor de
los subsidios de paro es que no disuaden a la gente de casarse. Un hombre y una
mujer que cuentan con veintitrés chelines a la semana no están muy lejos del hambre,
pero les es posible, bien que mal, formar un hogar; su situación será mucho mejor que
la de un hombre soltero que cobre quince chelines. La vida de un hombre solo sin
trabajo es terrible. Vive a veces en una casa de huéspedes, y más frecuentemente en
una habitación «amueblada» por la que suele pagar seis chelines a la semana, y se las
arregla como puede con los otros nueve (unos seis para comida y tres para ropa,
tabaco y diversiones). Como es lógico, con esta cantidad no puede alimentarse ni
cuidar su aspecto como sería de desear. Además, una habitación de seis chelines no
induce a permanecer en ella más de lo necesario, de modo que se pasa el día matando
el tiempo en la biblioteca pública o en cualquier otro lugar con calefacción. Huir del
frío es casi la única preocupación de un hombre solo y desempleado en invierno. En
Wigan, el refugio preferido son los cines, que son allí muy baratos. Siempre hay
localidades de cuatro peniques, y hay cines que venden entradas a dos peniques en las
sesiones matinales. Hasta una persona que pasa hambre estará dispuesta a gastarse
dos peniques para librarse del tremendo frío de una tarde de invierno. En Sheffield
me llevaron una vez a un local público para oír una conferencia a cargo de un
sacerdote, que era, con mucho, la más tonta y mal desarrollada que he oído nunca y
que espero oír en toda mi vida. Me habría resultado difícilmente imposible quedarme
hasta el final, y mis pies me llevaron fuera, aparentemente por propia iniciativa, antes
de la mitad. Pero la sala estaba llena de hombres sin trabajo, que habrían soportado
idioteces mucho peores con tal de permanecer en un lugar caliente.
He visto a veces a hombres solteros sin trabajo que, aun cobrando el subsidio,
vivían en una extrema miseria. Recuerdo haber visto en una ciudad a toda una colonia
de ellos que vivían, más o menos ilícitamente, en una casa abandonada que se caía
prácticamente a pedazos. Habían reunido algunos muebles, probablemente
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