Page 57 - El camino de Wigan Pier
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trabajo.  Alf  Smith  es  uno  más  entre  los  doscientos  cincuenta  mil,  una  unidad
           estadística.  Pero  a  todo  ser  humano  le  cuesta  mucho  verse  a  sí  mismo  como  una
           unidad  estadística.  Mientras  Bert  Jones,  que  vive  enfrente,  tenga  aún  trabajo,  Alf
           Smith  se  sentirá  deshonrado  y  fracasado.  De  ahí  ese  tremendo  sentimiento  de

           impotencia y desesperación que es casi la peor consecuencia del desempleo, mucho
           peor que cualquier dificultad, peor que la desmoralización de la inactividad forzosa,
           sólo comparable a la degeneración física de los hijos de Alf Smith, nacidos bajo el
           manto del P.A.C. Todo el que haya visto la pieza de Greenwood Love on the Dole

           recordará  el  penoso  momento  en  que  el  pobre,  bueno  y  estúpido  obrero  golpea  la
           mesa y grita: «¡Dios mío, dame trabajo!». Esto no es una exageración dramática, sino
           una imagen de la realidad. Esta súplica debe de haber sido expresada, en palabras
           parecidas,  en  decenas  de  miles,  quizás  en  cientos  de  miles  de  hogares  ingleses

           durante los últimos quince años.
               Pero creo que este tipo de actitud no se produce ya, o, por lo menos, se produce
           con menor frecuencia. Éste es el cambio al que me refería: los obreros han dejado de
           darse  cabezazos  contra  la  pared.  Hasta  las  clases  medias  —sí,  hasta  los  clubs  de

           bridge de las ciudades de provincias— empiezan a darse cuenta de que el desempleo
           existe.  Aquellos  comentarios:  «Mira,  yo  no  me  creo  todo  esto  que  cuentan  del
           desempleo. La semana pasada, sin ir más lejos, buscábamos un hombre para limpiar
           el jardín y no encontramos a nadie. Lo que pasa es que no quieren trabajar», que se

           oían hace cinco años en todo té que se respetase, son cada día menos frecuentes. En
           cuanto  a  los  trabajadores,  han  aumentado  enormemente  sus  conocimientos  de
           economía.  Creo  que  en  este  aspecto  el  Daily Worker  ha  hecho  una  gran  labor:  su
           influencia es muy superior a su circulación. El hecho es que hoy en día los obreros

           tienen las cosas muy claras, no sólo por el hecho de que el paro está tan extendido,
           sino  porque  ha  durado  tanto.  Cuando  la  gente  se  pasa  años  seguidos  viviendo  del
           subsidio, acaba por acostumbrarse, y, aunque sigue considerándolo desagradable, deja

           de considerarlo vergonzoso. La vieja tradición del temor al asilo se está extinguiendo,
           como se extingue el antiguo temor a las deudas debido a las ventas a plazos. En las
           callejuelas  de  Wigan  y  Barnsley  vi  todo  tipo  de  privaciones,  pero  seguramente  vi
           menos  miseria  consciente  de  la  que  habría  visto  diez  años  antes.  La  gente  ha
           comprendido que el desempleo es una cosa que ellos no pueden evitar. Ahora no es

           sólo Alf Smith quien está sin trabajo; Bert Jones también lo está, y los dos llevan
           años así. Cuando las cosas son iguales para todo el mundo, desaparece la sensación
           de culpabilidad individual.

               Así que ahora hay poblaciones enteras que se disponen, por así decirlo, a vivir del
           P.A.C.  durante  toda  su  vida.  Y  lo  que  encuentro  admirable,  quizás  incluso
           esperanzador,  es  el  hecho  de  que  hayan  conseguido  hacerlo  sin  desmoronarse
           moralmente. Un obrero no se deja aplastar por la pobreza como lo haría una persona
           de  la  clase  media.  Nótese,  por  ejemplo,  el  hecho  de  que  los  obreros  no  dudan  en

           casarse estando sin empleo. Es algo que fastidia a las ancianas de Brighton, pero que



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