Page 54 - El camino de Wigan Pier
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sacándolos de los vertederos de basuras, y recuerdo que la única mesa que tenían era
           un palanganero de mármol. Pero este tipo de situación es excepcional. Son muy raros
           los obreros que permanecen solteros, y, para un hombre casado, el paro introduce una
           alteración relativamente pequeña en la forma de vida. Su hogar queda empobrecido,

           pero  sigue  siendo  un  hogar.  Y  yo  he  observado  en  todas  partes  que  la  situación
           anómala creada por el desempleo —el hecho de que el hombre no trabaje mientras el
           trabajo de la mujer continúa igual que antes— no ha alterado la habitual relación de
           los sexos. En un hogar obrero, el dueño es el hombre y no, como ocurre en los de la

           clase media, la mujer o el bebé. Por ejemplo, en casa de un trabajador nunca se verá
           al marido mover un dedo para ayudar a las tareas domésticas. El desempleo no ha
           modificado  esta  convención,  lo  cual,  a  primera  vista,  parece  un  poco  injusto.  El
           hombre  no  tiene  nada  que  hacer  en  todo  el  día,  mientras  que  la  mujer  está  tan

           ocupada  como  siempre,  o  más,  porque  tiene  que  arreglárselas  con  menos  dinero.
           Pero, en la medida de lo que yo he podido observar, las mujeres no protestan. Creo
           que ellas, al igual que los hombres, piensan que un hombre perdería su virilidad si,
           por el solo hecho de estar sin trabajo, se convirtiera en su «hombrecito de su casa».

               Pero  no  cabe  duda  del  efecto  aniquilador  y  debilitante  que  tiene  el  paro  sobre
           todas  sus  víctimas,  casados  o  solteros,  y  más  sobre  los  hombres  que  sobre  las
           mujeres.  No  resisten  a  él  las  inteligencias  mejor  dotadas.  Algunas  veces  me  he
           encontrado con hombres desempleados que tenían una auténtica capacidad literaria, y

           hay otros a los que no conozco pero cuyos trabajos veo alguna vez en las revistas. De
           vez en cuando, a intervalos largos, estos hombres escriben un artículo o un cuento
           que  es  evidentemente  mejor  que  la  mayoría  de  los  productos  lanzados  por  las
           editoriales. ¿Por qué, pues, hacen tan poco uso de su talento? Si tienen todo el tiempo

           libre que quieren, ¿por qué no escriben un libro? Porque para escribir un libro no se
           necesita sólo comodidad y soledad —y en un hogar obrero la soledad nunca es fácil
           de conseguir—, sino, además, tranquilidad de espíritu. Y con el fantasma del paro

           encima  no  es  posible  concentrarse  en  nada  ni  invocar  un  estado  de  ánimo  de
           esperanza, necesario para cualquier creación. Claro que un desempleado que tenga el
           hábito de leer siempre podrá, como mínimo, entretenerse con la lectura. Pero ¿qué ha
           de hacer para distraerse un hombre a quien el leer le cuesta un esfuerzo? Un minero,
           por ejemplo, que ha trabajado en los pozos desde que era niño y ha sido educado para

           ser un minero y nada más ¿cómo tiene que pasar el tiempo? Es absurdo decir que
           puede buscar trabajo. Es bien sabido que trabajo no hay. Y no se puede buscar trabajo
           todos  los  días  durante  siete  años.  Existe  la  posibilidad  de  cultivar  una  parcela  de

           tierra, lo cual ocupa el tiempo y ayuda a alimentar a la familia, pero en una ciudad
           grande sólo hay parcelas para una pequeña minoría de la población.
               Están  también  los  centros  de  actividades  artesanales,  creados  hace  unos  pocos
           años para ayudar a los parados. En su conjunto, la iniciativa ha resultado un fracaso,
           pero algunos de los centros funcionan aún intensamente. He visitado un par de ellos.

           Tienen  locales  con  calefacción  y  organizan  periódicamente  cursos  de  carpintería,



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