Page 65 - El camino de Wigan Pier
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pobres, donde todos están sin trabajo, la cosa no es tan acusada, pero la gente que está
en situación de malgastar comida acostumbra a hacerlo. Podría citar casos
sorprendentes. Incluso la costumbre que existe en el Norte de hacer el pan en casa
implica un pequeño malgasto, pues una mujer atareada no puede cocer pan más de
una o dos veces a la semana, y es imposible prever con exactitud cuánto pan hará
falta, de modo que generalmente sobra una cierta cantidad, que hay que tirar. Lo
habitual es cocer, a cada hornada, seis panes grandes y doce pequeños. Esta largueza
forma parte de la antigua actitud inglesa de generosidad ante la vida, y constituye una
cualidad amable, pero que en estos momentos resulta desastrosa.
En todo el país, que yo sepa, los trabajadores ingleses se niegan a comer pan
moreno; generalmente es imposible comprar pan integral en un barrio obrero. A veces
dan como razón que el pan moreno es «sucio». Yo sospecho que el verdadero motivo
es el hecho de que, en el pasado, el pan moreno ha sido confundido con el pan negro,
que está tradicionalmente asociado con el papismo y los zuecos de madera. (En
Lancashire hay mucho papismo y muchos zuecos de madera. Lástima que no haya
también pan negro). Pero el paladar inglés, especialmente el paladar de la clase
obrera, se ha acostumbrado a rechazar casi automáticamente la buena comida. La
cantidad de personas que prefieren los guisantes en lata y la carne en conserva debe
de aumentar cada año, y mucha gente que podría comprar leche de verdad para el té
prefieren con mucho la leche condensada, incluso esa horrible leche condensada
hecha de azúcar y harina de maíz, cuyos botes llevan, en letras de a palmo la
inscripción NO APTA PARA LA ALIMENTACIÓN INFANTIL. En algunos distritos se hacen
ahora esfuerzos para dar a los desempleados mayores conocimientos sobre el valor
alimenticio de la comida y la administración inteligente del dinero. Ante cosas como
ésta, uno no sabe qué partido tomar. He oído a un orador comunista denunciar
airadamente estas actividades. Ahora, dijo, hay grupos de damas de la alta sociedad
de Londres que tienen la caradura de presentarse en las casas del East End y darles
lecciones de economía a las mujeres de los parados. Presentaba esto como una
muestra de la mentalidad de los gobernantes ingleses, que primero condenan a una
familia a vivir con treinta chelines semanales y después tienen la desvergüenza de
decirles cómo han de gastárselos. Tenía toda la razón y estoy muy de acuerdo con él.
Pero, aun así no deja de ser triste que, por simple ignorancia, la gente se eche al
estómago esa porquería de leche condensada sin saber siquiera que es inferior a la
que produce la vaca.
No obstante, dudo que los desempleados saliesen beneficiados, a la larga, si
supiesen administrar mejor el dinero. Pues sólo el hecho de que no sepan hacerlo
mantiene las pensiones al nivel en que están. Un obrero inglés acogido al P.A.C.
cobra quince chelines semanales porque quince chelines constituyen la suma mínima
con la que, teóricamente, puede subsistir. Si este obrero fuese, vamos a suponer, un
peón indio o japonés, y viviese, como ellos, de arroz y cebollas, no le darían quince
chelines a la semana; se los darían al mes y gracias. Los subsidios de paro y
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