Page 68 - El camino de Wigan Pier
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los mineros no hacen caso de las denuncias —uno de los hombres mencionados por
el periódico estaba allí aquella tarde— y organizan suscripciones entre ellos para
pagar las multas. La cosa se da por sentada. Todo el mundo sabe que los parados han
de conseguir combustible como sea. Y, cada tarde, varios centenares de hombres se
juegan el tipo y varios centenares de mujeres escarban en el barro durante horas para
conseguir medio quintal de carbón de baja calidad, que costaría nueve peniques.
Esta escena ha quedado grabada en mi mente como una de las imágenes
representativas de Lancashire: las pequeñas pero robustas mujeres, abrigadas con
chales, con sus delantales de arpillera y sus pesados zuecos negros, arrodilladas en el
barro ceniciento, bajo el viento helado, revolviendo ávidamente la escoria en busca
de trocitos de carbón. Y se alegran de poder hacerlo. En invierno harían cualquier
cosa por conseguir carbón; es casi más importante que la comida. Entretanto,
alrededor de ellas, en todo lo que alcanza la vista, están los montones de escoria y los
montacargas de las compañías mineras, y ni una sola de estas compañías puede
vender todo el carbón que es capaz de producir. Esto debería hacer reflexionar a
Major Douglas.
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