Page 66 - El camino de Wigan Pier
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pensiones que se conceden en nuestro país, con toda su mezquindad, están
concebidos para una población con aspiraciones elevadas y pocas nociones de
economía doméstica. Si los parados aprendiesen a administrarse mejor, gozarían de
mayor bienestar, pero me imagino que no pasaría mucho tiempo sin que los subsidios
y pensiones fuesen proporcionalmente recortados.
Supone un gran alivio para los desempleados del Norte el hecho de que el carbón
sea barato. En todas las zonas carboníferas, el precio al por menor es,
aproximadamente, de un chelín y seis peniques el quintal mientras que, en el sur del
país, es de unos dos chelines y seis peniques. Además, los mineros que trabajan
tienen derecho, por lo general, a comprarlo directamente del pozo, a ocho o nueve
chelines la tonelada, y los que tienen sótano en sus casas compran a veces una
tonelada entera y lo venden (ilícitamente, supongo) a los que están sin trabajo. Pero,
aparte de esto, se producen sistemáticamente robos de carbón, en grandes cantidades,
por parte de los desempleados. Digo robos porque, desde el punto de vista técnico, lo
son, aunque en realidad no perjudican a nadie. Entre la escoria que sale de los pozos
hay una cierta cantidad de carbón desmenuzado, y los desempleados pasan mucho
tiempo recogiéndolo. Durante todo el día, sobre esas extrañas montañas grises que
son los montones de escoria, se ve a personas que van de aquí para allá con sacos y
cestos, entre el humo sulfúreo (pues muchos de estos montones están encendidos por
el interior), cogiendo las pepitas de carbón enterradas aquí y allá. Se ve a hombres
que regresan pedaleando en extrañas y maravillosas bicicletas hechas en casa —
fabricadas con piezas oxidadas recogidas de los vertederos, sin sillines, sin cadenas y
casi siempre sin neumáticos—, llevando unos sacos que contienen quizá medio
quintal de carbón, fruto de medio día de búsqueda. En época de huelgas, en que todo
el mundo anda corto de combustible, los mineros cogen picos y palas y excavan en
los montones de escorias, a lo cual se debe lo irregular de su superficie. Durante las
huelgas prolongadas, en los lugares donde hay afloramientos de carbón, los mineros
abren minas y las llevan a muchos metros bajo tierra.
En Wigan, la competición entre los parados por el carbón de las escorias se ha
hecho tan dura que ha dado lugar a una curiosa práctica llamada «pelea por el
carbón», que vale la pena presenciar. Me extraña, incluso, que no haya sido filmada
nunca. Un minero sin trabajo me llevó una tarde a verla. Nos trasladamos al lugar,
una especie de sierra formada por antiguos montones de escoria. Abajo, en el valle,
había una vía de tren. Unos dos centenares de hombres andrajosos, cada uno con un
saco y un martillo a la espalda, sujetos al cinturón, debajo de la chaqueta, esperaban
en las cimas. Cuando la escoria sale del pozo es cargada en vagones y una
locomotora los lleva a un montón de escoria, a unos dos o trescientos metros, y allí
los deja. La «pelea por el carbón» consiste en subir a los vagones mientras el tren está
en marcha; el vagón que un hombre consigue ocupar mientras está en movimiento se
considera «suyo».
Apareció el tren. Con un alarido salvaje, cien hombres se lanzaron pendiente
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