Page 74 - El camino de Wigan Pier
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no es próspero. Pero las tradiciones no mueren a manos de los hechos, y la tradición
           de la «tenacidad» norteña sigue viva. La gente cree aún vagamente que, allá donde un
           sureño fracasa, un norteño «saldrá adelante», es decir, hará dinero. Todo hombre de
           Yorkshire y todo escocés que viene a Londres tiene, en el fondo de su mente una

           imagen  de  sí  mismo  como  Dick  Whittington,  como  el  muchacho  que  empieza
           vendiendo  periódicos  y  acaba  alcalde  de  Londres.  Esto  es  lo  que  da  origen  a  su
           presunción.  Pero  lo  que  constituye  un  grave  error  es  suponer  que  de  esta  idea
           participa  también  la  clase  obrera  propiamente  dicha.  La  primera  vez  que  fui  a

           Yorkshire, hace unos años, tenía la sensación de que me dirigía a un país de patanes.
           Estaba  acostumbrado  a  los  oriundos  de  Yorkshire  que  viven  en  Londres,  con  sus
           interminables peroratas y su orgullo por la supuesta gracia y fineza de su dialecto
           («un paso a tiempo ahorra ciento», como decimos en West Riding), y esperaba tener

           que hacer frente a mucha grosería. Pero no fue así en absoluto, y menos entre los
           mineros. Los mineros de Lancashire y de Yorkshire me trataron con una amabilidad y
           cortesía que resultaban incluso embarazosas, pues, si hay un tipo de hombre ante el
           cual me siento inferior, es el minero. Y, desde luego, ninguno de ellos dio la menor

           prueba de despreciarme por el hecho de proceder de otra región del país. Esto tiene su
           importancia  si  se  recuerda  que  los  regionalismos  ingleses  son  nacionalismos  en
           miniatura, pues implica que el localismo no es una característica de la clase obrera.
               No obstante, existe una diferencia real entre el norte y el sur del país, que confiere

           un  asomo  de  verdad  a  la  descripción  de  la  Inglaterra  meridional  como  un  enorme
           Brighton habitado por gentes ociosas. Por razones climáticas, el grupo social parásito
           de los rentistas suele establecerse en el sur. En una ciudad algodonera de Lancashire,
           se  pueden  pasar  meses  y  meses  sin  oír  a  una  sola  persona  de  pronunciación

           «correcta», mientras que en el sur apenas debe de haber una ciudad donde se pueda
           tirar una piedra sin darle a la sobrina de un obispo. Así pues, dada la ausencia de
           «señores» que marquen la pauta, el proceso de aburguesamiento de la clase obrera se

           da en el norte de forma más lenta. Por ejemplo, los acentos del norte se conservan
           muy bien, mientras que los del sur están desapareciendo por influencia del cine y de
           la BBC. Por ello, en el norte, la pronunciación «correcta» no le señala a uno como
           miembro de la clase superior, sino simplemente como forastero, lo cual representa
           una gran ventaja a la hora de establecer contacto con la clase obrera.

               Pero ¿es posible llegar a un contacto real con la clase obrera? Debo dejar este
           punto  para  más  adelante;  ahora  diré  sólo  que  no  lo  creo  posible.  Pero,
           indudablemente, tratar con obreros en un plano de relativa igualdad es más fácil en el

           norte que en el sur. Vivir en casa de un minero y ser aceptado como uno de la familia
           no es difícil; establecer esta misma relación, pongamos, con un peón agrícola en los
           condados  del  sur  sería  probablemente  imposible.  Conozco  bastante  a  los  obreros
           como para no idealizarlos, pero sé que se pueden aprender muchas cosas viviendo
           con una familia obrera, en caso de ser admitido por ésta. Esta relación representa la

           posibilidad de contrastar la mentalidad de clase media que uno tiene con otra, que no



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