Page 203 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 9
Ya había decidido mucho tiempo atrás no prestarme para ninguna
payasada, pero la insistencia fue tal que salté a la cancha. En una
jugada sin mayor trascendencia, hice una jalada y escondí la pelota,
Vicente Tingo se comió el amague y me pegó un tremendo puntapié
en la pierna derecha debajo de la rodilla. Fue basta y suficiente. Se me
formó un lobanillo en la vena y el dolor iba creciendo paulatinamente.
El doctor Castillo, médico del club me frotó a la antigua. No resistí y
pedí una bolsa de hielo para desinflamar.
Cuando intenté pararme ya no pude mantenerme en pie. Inmediata-
mente tomé la decisión de regresar a mi casa. Ya no pude conducir
mi vehículo, saltando en la pierna izquierda me acomodé en el asiento
junto al conductor. Al llegar a mi casa, le pedí a mi señora que llame en
forma urgente a cualquiera de mis hijos. A mi mujer le solicité el libro
de Seguros y comencé a elaborar mi testamento. No era una exagera-
ción, realmente sentía que me iba. Y comencé a dictar: “Yo Ernesto
Florencio Guerra Galarza, en plenitud de mis facultades, hoy 10 de
agosto de 1987, decido lo siguiente: y describí mi voluntad”.
Mi hijo Oswaldo fue el primero en llegar, vivía a pocas cuadras de mi
casa. Le dije: “necesito que me lleves de urgencia a una clínica”. Me
transportó a la Santa Cecilia, pero los médicos especialistas no estaban,
porque era día festivo. Cambié urgentemente de planes y nos dirigimos
al Hospital de Seguro. Le pedí al guardia que me abra la puerta y este
comenzó a poner una serie de trabas. Perdí la cabeza, le propiné un
manotazo a la puerta y rompí el vidrio.
Al final de cuentas ingresé a Emergencia. No se si alguien me reconoció,
pero lo cierto es que a los 15 minutos llegó el doctor Pablo Dávalos
Dillon, director del Área Cardiovascular.
Lo tomé del brazo y le pregunté: “¿Estoy a tiempo doctor?”; “si te
calmas todo va a salir bien”, me contestó con esa pasmosidad que
tienen los médicos para afrontar los momentos difíciles. Cuando
estaba parado sentía un dolor intenso que seguramente tenía que ver
con el corazón.
Memorias de un triunfador 203