Page 236 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza
Recuerdo un chispazo de conflicto que tuve con Eduardo Bores, en
mi época activa como jugador. ‘El Zorro’ quiso colocarme de volante y
le dije: “yo juego de número 10, si no me pone en esa función, no me
tome en cuenta y no salté a la cancha”. Cada uno defendía lo suyo y yo
defendía lo mío a muerte. Por eso siempre entendí al jugador.
Los detractores de oficio, confundieron las exigencias de trabajo y
profesionalismo que pedía a mis jugadores con el trato desconsiderado.
No tenía concesiones para nadie. Los planteles a mi cargo tenían que
trabajar con obediencia y cumplimiento. Levantaba la voz para que el
grupo sienta las órdenes, pero lo hacía sin agravios.
El cuento de mi ‘boca sucia’ con los jugadores es una fábula de algún
trasnochado o de un grupo de imbéciles que desde la vereda de la
envidia, siempre soñaron con ponerle manchas a mi exitosa carrera.
Por mis manos han pasado cientos de jugadores. De todos los niveles
y todos los tamaños. La inmensa mayoría me trata con absoluto
respeto. Me recuerda con cariño, porque bajo mi tutela, varios de
ellos aseguraron su futuro, o al menos viven sin mayores apuros. No
tengo enemigos entre los jugadores. Como es lógico, siempre quedan
resentimientos en algunos, por motivos técnicos o disciplinarios, pero
los casos son contados.
Un día tuve que dictaminar la salida de Tyrone Castro, que fingió una
lesión para marcharse a las fiestas de Esmeraldas. Cayó en la cancha a
los 5 minutos, luego a los 10 y comenzó a renguear. Ordené el cambio
y apenas pisó la entrada del túnel, lo seguí con la mirada y me di cuenta
que corrió. Enseguida le pedí a ‘Careloco’ Cortéz que se dirija al
vestuario y averigue que es lo que sucede. “Se vistió de urgencia y se
marchó”, me informó el utilero del club. “Nos engañó”, pensé en voz
baja. Había quedado al descubierto su perfil de irresponsable.
Tyrone no se presentó ni el lunes ni el martes. Regresó el miércoles
con poses de divo y se presentó a la práctica vestido con pantalón
blanco, zapatos blancos, camisa roja y una pulsera de cinco elefantes,
también de color blanco. Tenía ánimo de desafiarme. “Has cometido
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