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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       económica. Se agravó hacia 1935, por el olvido de los unos de sus promesas de enmienda, así
                       como por la extrema facilidad con la que aceptaron la enventualidad de una nueva guerra, y
                       por la voluntad de paz de los otros. Sigue siendo una ley de la evolución histórica, que las
                       jóvenes generaciones son pacifistas, pues es por medio de ellas como a lo largo de los siglos
                       la humanidad se consolida progresivamente en la búsqueda de la paz universal. La guerra es
                       siempre, en cierta medida, la redención de la gerontocracia.
                            Aun exponiéndolo con la reserva necesaria, parece sin embargo que los antiguos
                       combatientes cometieron un error óptico aumentado por una falta de psicología. En todo caso,
                       tras veinte años de agitación tenaz e ininterrumpida, los problemas de la guerra y de la paz
                       quedaron intactos al no haber sido apenas tratados. No obstante, es de justicia reconocérselo:
                       contaron su guerra tal como fue. Al leerles o al escucharles, no hay una palabra que no se
                       sienta profundamente verdadera, o por lo menos verosímil. No se podría decir lo mismo de
                       los deportados.
                            Los deportados, regresaron con el odio o el resentimiento en la lengua o en la pluma.
                       Cometieron, ciertamente, el mismo error óptico, la misma falta de psicología que los ex
                       combatientes. Además, no estaban curados de la guerra y pedían venganza. Sufriendo un
                       complejo de inferioridad – para hablar a 40 millones de habitantes, apenas se encontraban
                       30.000 y ¡ en qué estado! – para inspirar con mayor seguridad la piedad y el reconocimiento,
                       se pusieron a cultivar con afán el horror, ante un público que había conocido Oradour y que
                       quería cada vez más lo sensacional.
                            Excitándose los unos a los otros, fueron cogidos como por un

                       [135] engranaje y, algunos sin saberlo pero la mayoría a sabiendas, pintaron progresivamente
                       el cuadro con más negros colores todavía. Así le había sucedido a Ulises, que trabajaba en lo
                       fantástico y añadía diariamente durante su viaje una nueva aventura a su odisea, tanto para
                       satisfacer el gusto del público de la época como para justificar ante los suyos su larga
                       ausencia. Pero si Ulises logró crear su propia leyenda y fijar sobre ella la atención de
                       veinticinco siglos de historia, no es exagerado decir que los deportados fracasaron.
                            Todo fue bien en los primeras tiempos de la Liberación. No se podían discutir sus
                       testimonios sin correr el riesgo de resultar sospechoso y, si se hubiera podido, no se hubiera
                       tenido el gusto. Pero, lentamente, y como en el silencio de una conspiración, la verdad tomó
                       su desquite. Con el tiempo a favor y el retorno a la libertad de expresión en condiciones de
                       vida cada vez más normales, se manifestó a la luz del día. Con la certidumbre de traducir el
                       malestar general y de no equivocarse, se pudo escribir:

                                     "Quien viene de lejos puede mentir bien... Yo he leído numerosos relatos de deportados:
                               siempre he sentido la reticencia o el artificio. Incluso David Rousset, nos engaña a ratos: explica
                               demasiado."
                                     Abate Marius Perrin, Profesor en la Facultad Católica de Lyon. (Le Pays Roannais, 27 de
                               octubre de 1949.)

                            o también:

                                     "la última etapa es una película para imbéciles o fallida."
                                     Robert Pernot, (Paroles françaises, 27 de noviembre de 1949.)
                            cosas que nadie se hubiera atrevido nunca a pensar, ni siquiera de Le Feu, de Les Croix
                       de Bois, de La Grande illusion, de Nada nuevo en el Oeste, o de Cuatro de la Infantería.
                            Los ex combatientes tardaron quince años en perder su crédito ante la opinión pública:
                       bastaron menos de cuatro para que los
                       [136] deportados, mejor armados sin embargo, tuviesen que quemar sus naves. Salvo esta
                       diferencia, su sino político fue común. Tal es la importancia de la verdad en la Historia.


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                            Yo desearía contar aún una pequeña anécdota personal que es típica en lo que se refiere
                       al valor relativo que hay que conceder a los testimonios en general.
                            La escena tiene lugar ante un tribunal, en el otoño de 1945. Una mujer está en el banco



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