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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       de los acusados. La Resistencia, que sospecha de ella por colaboracionismo, no ha logrado
                       matarla antes de la llegada de los norteamericanos, pero una noche del invierno 1944-45, su
                       marido ha caído bajo una ráfaga de metralleta en la esquina de una sombría calle. Yo no he
                       sabido nunca qué es lo que había hecho la pareja, sobre la cual había oído antes de mi
                       detención las más inverosímiles habladurías. Al regresar, para asegurarme de la verdad, me he
                       dirigido a la audiencia.
                            En los asuntos no hay gran cosa. Por ello los testigos son más numerosos y más
                       despiadados. El principal de ellos es un deportado, antiguo jefe de grupo de la Resistencia
                       local, como él dice. Los jueces están visiblemente molestos por las acusaciones que vienen
                       desde la barandilla y cuya consistencia les parece muy discutible.
                            El abogado defensor busca un error en las deposiciones.
                            Llega el principal testigo. Declara que unos miembros de su grupo han sido
                       denunciados a los alemanes y que este sólo pudieron hacerlo la acusada y su marido, que
                       vivían en íntima amistad con ellos y conocían sus actividades. Añade que él mismo ha visto a
                       la acusada en amable y quizá galante conversación con un aficial de la Kommandantur  que
                       vivía en un patio, tras la tienda de sus padres, mientras cambiaban unos papales, etc.

                            El abogado. -- ¿Iba usted, pues, frecuentemente a esta tienda?
                            El testigo. -- Sí, precisamente para vigilar ese comercio.
                            El abogado.-- ¿Puede usted hacerme una descripción de ella?
                            (El testigo se presta al juego de muy buena gana. Sitúa el mostrador, las estanterías, la
                       ventana del fondo, dice las dimensiones aproximadas, etc., todo lo cual no provoca ningún
                       incidente.)
                            El abogado. -- Usted ha visto, por la ventana del fondo que da al patio, darse
                       mutuamente papales la acusada y el oficial.
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                            El testigo. -- Exactamente.
                            El abogado. -- ¿Puede usted precisar entonces dónde se encontraban ellos en el patio y
                       dónde se encontraba usted en la tienda?
                            El testigo. -- Los dos cómplices estaban al pie de una escalera que conduce a la
                       habitación del oficial, la acusada reclinada en la barandilla, su interlocutor muy próximo a
                       ella, lo que daba que pensar...
                            El abogado. -- Esto me basta. (Dirigiéndose al tribunal y entregando un papel):
                       Señores, no hay ningún sitio desde el cual pueda verse la escalera en cuestión: he aquí un
                       plano de la casa trazado por un perito geómetra.
                            (Sensación. El Presidente examina el documento, lo pasa a sus asesores, reconoce lo
                       evidente, y después, al testigo):
                            El Presidente. -- ¿Mantiene usted su declaración?
                            El testigo. -- Es decir que... No soy yo quien lo ha visto... Fue uno de mis agentes
                       quien me suministró un informe a petición mía... Yo...
                            El Presidente (secamente).-- Puede retirarse.

                            La continuación del proceso carece de importancia pues el testigo no fue detenido en
                       plana audiencia por ultraje al magistrado o falso testimonio, y puesto que la acusada,
                       habiendo reconocido que siguió los cursos franco-alemán, lo cual le había creado, decía ella,
                       cierto número de relaciones amistosas con algunos de la Kommandantur, fue condenada
                       finalmente a una pena de prisión por un conjunto de circunstancias que no le afectaban más
                       que implícitamente.
                            Pero, si se hubiera acorralado al testigo, probablemente se hubiese descubierto que el
                       agente al cual pretendía haber solicitado un informe era inexistante y que su declaración sólo
                       era un conjunto de estos "se dice" que envenenan la atmósfera de las pequeñas poblaciones
                       donde todos se conocen.
                            Lejos de mí la idea de asemejar a éste todos los testimonios que han aparecido sobre
                       los campos de concentración alemanes. Mi propósito aspira solamente a establecer que hubo
                       algunos que no tienen nada que envidiarle, incluso entre aquellos que tuvieron la mejor
                       fortuna en la opinión pública. Y que aparte de la buena o mala fe, hay tantos imponderables
                       que influyen en el narrador, que siempre es preciso desconfiar de la historia contada,
                       especialmente cuando está aún a lo vivo. Les Jours de notre mort,  que consagraron el
                       prestigioso de David Rousset, son, desde




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