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RASSINIER : La mentira de Ulises




                                     «Se nos hizo entrar en un vagón "8 caballos, 40 hombres"... pero en número
                               de 125.» (Página 28.)
                            En realidad, a la salida del campo de Royallieu, se nos colocó en columnas de a cinco
                       y por secciones de cien, siendo destinada cada sección a un vagón. Quince o veinte enfermos
                       habían sido llevados a la estación en coche y se beneficiaron de un vagón completo para ellos
                       solos. La última sección de la larga columna que desfiló aquella ma--ana por las calles de
                       Compiègne, entre soldados

                       [143] alemanes armados hasta los dientes, era incompleta. Comprendía unas cuarenta personas
                       que fueron repartidas por todos los vagones al final del embarco. Nosotros recibimos a tres en
                       nuestro vagón, lo cual subió nuestro número a ciento tres. Yo dudo de que haya habido
                       razones especiales para que el vagón en el cual se encontraba el hermano Birin recibiese
                       veinticinco.) De todas maneras, aunque hubiese sido así, hubiera sido necesario presentar
                       honestamente el hecho coma una excepción.

                                                 LA LLEGADA A BUCHENWALD.

                                     «Todo recién llegado debe pasar a la desinfección. Primeramnente al
                                "esquileo" general, donde barberos improvisados, riendo con ironía, se divierten
                                en nuestra confusión y de las cortaduras que por prisa o torpeza ocasionan a sus
                                pacientes Tal como un rebaño de ovejas privadas de su vellón, los detenidos son
                                arrojados desordenadamente a un gran estanque de agua cresolada a fuerte dosis.
                                Manchado de sangre, ensuciado por inmundicias, este baño sirve para todo el
                                destacamento. Fustigadas con porras, se obliga a las cabezas a meterse debajo del
                                agua. Al final de cada sesión, los ahogados son extraídos de este abyecto
                                depósito.» (Página 35.)

                            El lector desprevenido pensará con toda seguridad que estos barberas improvisados que
                       ríen con ironía y acribillan a sus pacientes son de la S.S. y que las porras que fustigan las
                       cabezas son manejadas por los mismos. De ningún modo, son presos. Y al estar ausentes los
                       de la S.S. de esta ceremonia que sólo vigilan de lejos, nadie les obliga a comportarse coma lo
                       hacen. Pero la precisión es omitida y la responsabilidad recae en su totalidad sobre la S.S.
                            Esta confusión, que ya no censuraré más, es mantenida a lo largo del libro por el
                       mismo procedimiento.

                                                   EL RÉGIMEN DEL CAMPO.

                                     «Levantarse a las tres de la mañana, alimentación claramente insuficiente
                                para doce haras de trabajo: un litro de sopa, de doscientos a doscientos cincuenta
                                gramos de pan y veinte gramos de margarina.» (Página 40.)

                       [144]
                            ¿Por gué diablos haber olvidado u omitido mencionar el medio litro de café por la
                       mañana y por la noche y la rodaja de salchichón o la cucharada de queso o de confitura que
                       acompañaban regularmente a los veinte gramos de margarina? El carácter de insuficiencia de la
                       nutrición cotidiana no hubiese sido menos marcado y la veracidad de la información hubiera
                       sufrido menos.

                                     «Después de marzo, mil doscientos franceses, entre los que me encontraba,
                               fuimos designados para un destino desconocido. Antes de partir recibimos los
                               trajes de presidiarios, con rayas azules y blancas: chaqueta y pantalón solamente,
                               que no podían protegernos del frío.» (Página 41.)

                            Yo era de este convoy. Todos teníamos, además, un capote. Si esta indumentaria no
                       podía resguardarnos del frío no se debía al número de piezas que la formaban, sine a que estas
                       piezas eran de fibrana.






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