Page 78 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       mano que se elevaba en un ademán que todos los especialistas consideraban incompleto, sea a
                       causa del propio maestro o bien por la depredación, la había apoyado sobre un bastón. Este
                       bastón no cambiaba en nada el personaje. Por el contrario, armonizaba maravillosamente con
                       su apostura. Pero él determinaba el sentido de su indiferencia y modificaba sensiblemente la
                       interpretación que se podía dar en sus causas o en su finalidad. Por ejemplo, se podía sostener
                       que esta interpretación hubiese sido diferente si en vez del bastón se hubiese puesto en su
                       mano un par de guantes o se hubiese dejado caer negligentemente un ramo de flores.

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                            A pesar de que no se pueda jurar que en el origen, si el bastón no existió efectivamente
                       en el cuadro, él no había estado en las intenciones de Watteau más que el par de guantes o el
                       ramo de flores, se le borró y se puso de nuevo el cuadro en su sitio. Si se le hubiera dejado
                       subsistir, nadie habría notado una disonancia, ni en el propio cuadro, ni en el general de las
                       galerías de pintura del Louvre. Pero si, en vez de limitarse a la corrección de El indiferente,
                       nuestro estudiante se hubiese atrevido a resolver todos los enigmas de todos los cuadros, si
                       hubiera colocado un antifaz de terciopelo sobre la sonrisa de la Gioconda, sonajeros en las
                       manos de todos los Niños Jesús que reposan, admirados, en las rodillas y en los brazos de
                       vírgenes inmóviles, gafas a Erasmo, etc., si se hubiera dejado subsistir todo esto, ¡imagínese
                       el aspecto que habría tomado el Louvre!
                            Los errores que se pueden censurar en los testimonios de los deportados son del mismo
                       orden que el bastón de El indiferente, o una máscara fortuita sobre el rostro de la Gioconda:
                       sin modificar sensiblemente el cuadro de los campos, han falseado el sentido de la historia.
                            Pasando de un hecho al otro y asociándolos, el deportado de buena fe tiene la misma
                       impresión que si recorriese las galerías de un Louvre de atrocidades totalmente revisado y
                       corregido.
                            Así será también para el lector si, antes  de pronunciar su juicio sobre cada uno de los
                       textes citados, haciendo abstracción de otras consideraciones, se pregunta si su autor podría
                       mantenerlo íntegramente ante un tribunal regularmente constituido y que además fuese
                       minucioso.

                            Mâcon, 15 de mayo de 1950.











































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