Page 392 - Mahabharata
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                   En esta ocasión se volvió dándole la espalda a su abuelo. Bhishma dejó de hablar y se
               sentó. Duryodhana tenía la habilidad de insultar a la gente con una mirada, subiendo una

               ceja o torciendo burlonamente la esquina de su boca. Usaba este arma muy a menudo,
               silenciando a los ancianos de este modo mejor que de ninguna otra forma.
                   Drona dijo:
                   —Lo que dice el noble Bhishma es correcto. No está bien ser tan temerario. Las
               palabras de Krishna y Arjuna no son meras palabras. Dicen la verdad cuando proclaman
               que destruirán a los kurus, debemos hacer la paz con ellos. Arjuna aprendió de mí a
               usar el arco, conozco su valor y ahora sabe más que yo y ha conseguido armas de todos
               los dioses. Tiene el Pasupata del Señor Sankara. De todas las tácticas militares, lo más
               estúpido es menospreciar al enemigo, y esto es lo que hemos estado haciendo; por favor,
               tenlo en cuenta.
                   El rey pidió a Sanjaya que continuara su narración y Sanjaya les transmitió las
               palabras de despedida de Yudhisthira. Luego le describió el ejército que habían reunido,
               hablándole de su fuerza y poder. Mientras hablaba vio de nuevo con el ojo de su mente
               el ejército y de repente le sobrevino un desmayo. Sanjaya cayó sin sentido. Hubo mucha
               preocupación por el desmayo de Sanjaya. Esto mostraba más claro que sus palabras el
               terrible aspecto del ejército de los pandavas. Se le reanimó y con una mirada asustada y
               desencajada, el pobre auriga del rey continuó su plática, hablando de la fuerza de los
               pandavas y sus aliados. Dhritarashtra, que escuchaba con el corazón acongojado y que
               estaba aterrado, dijo:
                   —Oyéndote mi corazón tiembla de miedo por las vidas de mis hijos. Tengo miedo

               de Bhima y de su juramento, no he podido dormir desde hace muchas noches. Sé de
               cierto que Bhima matará a todos mis hijos. Sé que mi hijo, mi Duryodhana, morirá con
               sus muslos rotos, sé que Dussasana yacerá sangrando en el campo de batalla. Me puedo
               imaginar a Bhima abriendo surcos entre nuestras filas, con su maza levantada. Parecerá
               el caudal del río Ganges en la época de los monzones desbordándose y arrancando de
               raíz a todos los árboles de sus riberas. Puedo ver todo lo que va a ocurrir. Tengo miedo.
               No temo tanto a los hermanos de Yudhisthira como a él mismo y su mirada furiosa
               recayendo sobre mis malvados hijos. Este hijo mío no entrará en razones, aunque todo el
               mundo le esté aconsejando. No prestará ninguna atención a las palabras de Vidura, que
               tiene reputación de ser el más sabio de los hombres.
                   Estas palabras del rey irritaron a Sanjaya, quien dijo:
                   —Tus palabras en contra de tu hijo, mi señor, no son correctas. Tú eres el verdadero
               pecador y no Duryodhana. El sabio y gentil Vidura te ha estado hablando durante
               muchos años, pero no has escuchado sus consejos ni una sola vez. Yo estaba allí cuando
               se estaba celebrando el juego de dados. En aquella ocasión, Vidura te habló a ti y no
               a tu hijo. Te pidió que pararas el juego. Un padre, mi señor, es el mejor amigo que
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