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llegada del sagrado Uttarayana; para entonces mi aliento abandonará mi cuerpo como un
compañero despidiéndose de su amigo más querido. Por favor, haced preparativos para
que se cave una zanja a mi alrededor para que pueda adorar al Sol sin ser molestado.
Varios médicos fueron a su presencia por orden de Duryodhana. Fueron para quitarle
las flechas de su cuerpo y para aplicar ungüentos a sus heridas. Mirándoles a ellos y a
Duryodhana, Bhishma dijo:
—Hijo mío, despídeles después de recompensarles adecuadamente. No necesito sus
servicios. He caído como debería hacerlo un kshatrya, estoy yaciendo sobre un lecho de
flechas. Estas flechas deben permanecer en mi cuerpo y cuando se me incinere deben ser
quemadas conmigo.
Estaba demasiado cansado para hablar más y los héroes que se habían reunido a su
alrededor se retiraron uno a uno a sus tiendas.
La noche había caído y Duryodhana estaba sentado al lado de su abuelo. Bhishma
estaba sufriendo intensamente por las muchas heridas que había recibido y una sed
insaciable le estaba torturando. Dijo que estaba sediento y Duryodhana trajo el agua más
dulce, jarabes y vinos de su tienda. Pero Bhishma lo rechazó todo y dijo:
—Mandad llamar a Arjuna, quiero ver a Arjuna. —Fueron a llamar a Arjuna, y los
pandavas se apresuraron en ir al lado de Bhishma. Bhishma sonrió con gran dificultad y
dijo—: Arjuna, hijo mío, estoy sediento, tú eres la única persona que puede satisfacer mi
sed.
Arjuna le saludó y fue a traer su gandiva; invocó a Parjanya y disparó una flecha al
suelo muy cerca de la cabeza de Bhishma. La tierra se abrió y surgió una fuente de agua
clara. Tenía la dulzura y el perfume del amrita, el néctar de los dioses. Era Ganga que
vino a calmar la sed de su amado hijo.
Bhishma miró a todos sus nietos y dijo:
—Sólo Arjuna y Krishna conocen este encantamiento. Ellos son Nara y Narayana.
Duryodhana, hijo mío, ahora que he caído no tienes opción de ganar la guerra. Por favor
escúchame. Haz que esta enemistad acabe junto con mi muerte. Te he dicho que no es
posible vencer a los pandavas. No he sido vencido ni siquiera por mi guru Bhargava y
Arjuna me ha matado. Si esta guerra no se detiene ahora, todos moriréis, pereceréis. Por
favor, escúchame, haz lo que te digo. Detén esta guerra.
Duryodhana se sentó en silencio. Bhishma sabía que sus consejos caían sobre oídos
sordos.
Todos permanecieron allí durante un rato. Viendo que Bhishma estaba sufriendo un
intenso dolor, todos ellos dejaron su presencia uno a uno, después de postrarse a sus pies.
Bhishma cerró sus ojos y concentró su mente con firmeza dirigiéndose hacia el mundo
superior. Olvidó la tierra y todas las miserias de esta vida y allí permaneció, inmóvil,
esperando a que llegase el momento propicio para dejar este mundo.